Juan Antonio Gisbert y yo tenemos algunas cosas en común. Somos de la quinta del 52, hemos militado en el mismo partido político, trabajamos en la misma empresa, nos prejubilamos de la misma y en ella compartimos bastantes amigos. Nuestra ideología o filosofía de vida también tienen bastantes puntos en común, él desde una posición prominente social y económica, yo desde el umbral de la clase media baja y con el altavoz mediático del articulista consentido por el periódico por antonomasia de la ciudad a la que amamos. Otras que, aun no separándonos, sí nos diferencian. Unas en el ámbito laboral, él fue director general de la CAM, yo un trabajador más; él, jefe de primera, yo, oficial superior chusquero; él con la empresa en la cabeza, yo de sindicalista por la vida. Pero tras leer detenidamente la extensa entrevista publicada, hay otras muchas cosas en las que convergemos.

Nuestra sinergia viene dada por la resultante del análisis de los últimos acontecimientos acaecidos en la que fue la entidad de ahorro de la mayoría de alicantinos y murcianos en el pasado siglo. Nadie, ni mucho menos él, que los tuvo en diversos puestos de honor como directivos en sus organigramas, pudo sospechar que una vez sin bridas que les sostuvieran Roberto, Mayra y compañía lo iban a hacer tan rematadamente mal, lo que les significa como principales responsables de la desastrosa gestión. La locura en la inversión inmobiliaria fue sin duda principal factor detonante del estrangulamiento contable de la CAM, muy por encima de las inversiones con las que los políticos financiaban sus grandes proyectos con el consentimiento de los directivos. Como bien dice, seguramente con un político como Zaplana, alejado de la melifluidad de su sucesor Camps, la entidad alicantina no hubiera tenido el triste óbito de todos conocido, e indudablemente si él mismo hubiera seguido al frente de la CAM, hoy estaríamos hablando de un BANCO CAM tan saneado como lo pueda estar Caixabank.

Diferencia -con razón- su bien compensada salida de la institución con la de sus sucesores. Mientras la suya fue por acuerdo, tras ser destituido de su cargo, la de los otros lo fue aprovechándose de un ERE concebido para los trabajadores, que no para los altos directivos que tenían un tratamiento aparte que conocimos al descubrir sus elevados emolumentos y sus privilegiados seguros, en el que muchos de ellos se integraron irregularmente. Unos por la puerta de atrás, él con todas las de la ley. Acierta al considerar responsables, cada uno con su parte alícuota, a todo el equipo directivo, y muchos compartimos con Juan Antonio la melancólica sensación de que Mayra iba a tener el honor de ser la primera mujer directora general de la CAM, pero también la última en ocupar un despacho venido a menos.

Con todo, hay un hecho relevante en la entrevista: estamos ante una persona de contrastado valor político, su enfrentamiento con Zaplana así lo evidenció, aun pudiendo finalizar de otra manera, de indudable conocimiento económico, con aceptable discurso y con cierto carisma demostrado entre sus compañeros de la extinta CAM. Los alicantinos, huérfanos de líderes y personal político de valía tanto en la derecha como en la izquierda, no deberíamos contemplar desde la impasibilidad el alejamiento de la vida pública de personajes como Gisbert. La edad no es suficiente razón para desertar cuando en tu ciudad la carencia de personas es tan evidente como desoladora. Es de sabios devolver parte de lo mucho recibido. En ningún caso estaríamos hablando de una especie de Monti, sino más bien de un economista de orígenes sociales y políticos con mucha más profundidad social que cualquier tecnócrata de turno.