Ronald Reagan también protagonizó un decepcionante primer debate televisado en 1984, camino de su aplastante reelección. Al examinarlo en perspectiva, los expertos advirtieron los síntomas encubiertos del Alzheimer. La inhibición de Obama en idéntico trance obedeció a causas menos dramáticas. Una vez que el presidente ha vuelto al trabajo, en su feroz enfrentamiento de anteanoche con un Mitt Romney al que motejó de usurpador, la recuperación de la normalidad no exime de la búsqueda de una interpretación del choque inicial a la altura de la estupefacción producida por la parálisis presidencial.

Larry Bird dominaba las artes del baloncesto con tal amplitud que se complicaba deliberadamente la situación en la cancha, para encontrar un aliciente en la resolución improvisada de problemas artificiales. Kobe Bryant ha sido acusado de idéntica temeridad, y tal vez Obama experimentó la misma necesidad de partir con un hándicap ante un rival inferior, en consonancia con el criterio que le impulsa a jugar sus partidillos de baloncesto frente a jugadores semiprofesionales. La irresponsabilidad puede costarle la reelección, aunque el martes se abalanzó sobre Romney desde el primer asalto. Reconvertido en aspirante y apeado de su desdén imperial, el presidente empezó enfático y chillón, con el lenguaje gestual de un cantante de Las Vegas. Aporreó "no es cierto" a cada aseveración de su contrincante, que siempre evitaba la descalificación personal con un educado "su descripción es totalmente ajena a mis planes".

Así fue como en las intervenciones iniciales se escuchó, en labios del gobernante más poderoso del planeta, la sentencia definitiva de la economía mundial, "los ricos juegan con otras reglas". Con el matiz de que Obama y sus dos millones de euros anuales de ingresos le sitúan entre los privilegiados. Por supuesto, se trataba de denunciar a Romney como avalador de la disfunción democrática, pero la acusación conllevaba la vigencia de leyes distintas según la capacidad patrimonial.

Romney ha cambiado de peinado, para aproximarse desde la cabellera al mismo Reagan de antes. La intensidad de Obama pareció desbordarlo pero, a falta de averiguar si el aspirante republicano acarrea votos suficientes, multiplicará el número de adeptos a su simpática religión mormona, porque en los debates ha demostrado que un miembro de esa fe puede resucitar de entre los muertos. Los spin doctors del laboratorio político logran milagros más fehacientes que los clérigos de otras confesiones. La ventaja acumulada por Romney en el debate inicial le permitió mostrarse obsequioso con su adversario. "Obama lo ha intentado", "Obama habla de maravilla", aunque "eligiendo a Obama tendréis una repetición de los últimos cuatro años". Un guiño a los millones de votantes decepcionados por el actual presidente, pero que no se atreven a dar el salto a los Republicanos.

Romney reservó para Bush los golpes dialécticos que debía llevarse Obama. Ni Al Gore se desmarcó de Bill Clinton con la crueldad mostrada por el aspirante republicano. Ante la pregunta "¿Cuál es la mayor diferencia entre usted y George Bush?", enhebró una respuesta kilométrica que descalificaba cada etapa del anterior presidente conservador. Obama se sintió obligado a salir en defensa de su predecesor, cuya rehabilitación queda aplazada tras la tunda del martes.

Bush y China aparecieron simultáneamente en el debate. Ambos contendientes declararon la guerra a Pekín, un gesto equivalente a que un ciudadano hipotecado asaltara su banco. Dado que el candidato republicano tiene además pendiente el conflicto armado con Irán, al mundo le aguardan enfrentamientos bélicos de Champions, frente a las hostilidades provincianas de Afganistán. La furia retórica de Obama no se vio favorecida por el ciudadano que, situado a su espalda, bostezaba aparatosamente en el minuto doce de debate, antes de fijar su atención en el infinito. Fue la estrella, con su polo negro.

Estados Unidos debe ser el único país del mundo que presume de tener 82 ciudadanos independientes, que no independizados. La versión con picadores de Tengo una pregunta para usted demostró que hay un número creciente de estadounidenses que no saben expresarse en inglés. El latino vuelve a ser el idioma del mundo conocido, como en tiempos de Roma. Los interrogadores no profesionales fueron arrinconados por una moderadora ávida de protagonismo y que jamás sería contratada por una televisión de Berlusconi. Mientras tanto, Obama y Romney se volcaban en las exhaustas clases medias con la pasión consagrada antaño a la búsqueda del centro. Más de lo mismo, o lo mismo sin más, a falta del desempate.