Mejor es la ironía que tomarte en serio las cosas absurdas. Dicho esto aclaremos que cuando la ideología se posesiona de nosotros, la inteligencia se amodorra y no aparece cuando Más (se) la necesita. Eso le ha pasado al ministro Wert con sus declaraciones con(tra) Cataluña: españolizarla. La verdad que uno se queda perplejo ante tal osado intento. Y claro, si te da por pensar, te haces un lío con esas desafortunadas declaraciones. Por eso nos preguntamos inevitablemente ¿qué habrá querido decir con eso de españolizar? A lo mejor consiste en obligar a los catalanes a dormir la siesta. Eso sería un buen comienzo; igual de este modo se españolizan a lo bestia. Después, les impelería a que, en lo demás, sean como los españoles. Pero con el lío que tenemos en España, no me aclaro mucho. España está compuesta por gallegos, vascos, andaluces, castellanos, aragoneses, murcianosÉ y cada uno de estos grupos de lengua propia, como los mismos catalanes, se subdividen en grupos dialectales, de diferente habla o entonación según sean del norte, del sur, fronterizos con otros grupos, etcétera. Este complejo panorama hace difícil saber en qué consista lo de españolizar. ¿Obligará el ministro a que los catalanes digan ozú, pich'a, mañaco, pijo, arrempujar, arbóndigas, carallo, o ya en plan más fino, expresiones como etxea (casa, en vasco) o esta otra del himno gallego: Os bos e xenerosos a nosa voz entenden (los buenos y generosos nuestra voz entienden), en vez de las suyas propias catalanas? ¿Obligará por decreto a que los catalanes se dancen una jotica ante la Moreneta en vez de su tradicional sardana? ¿O a que, vestidos de faralaes, en vez de su barretina, se marquen unas alegres sevillanas? ¿O a que cambien el fabliol i tamborí por la gaita? ¿O a que mezclen en vez de tomate con pan para su pan tumaca, el pan con el tomate para que así se coman el gazpacho?

La verdad es que estoy en una mar de dudas. Y no solo me preocupan las intenciones del ministro, al cual estamos acostumbrados por sus variadas declaraciones de encefalograma plano; igualmente me preocupan los palmeros de los medios de derecha que se apuntan a un nacionalismo centrista castellano, como si fuera el único y el verdadero y con ese rasero ideológico miden a todos los demás. Lo cierto es que la derecha en este país nunca ha tenido claro lo que es España (quitando lo de Una, Grande y Libre), una y plural porque ha confundido la de una con Única y lo de plural con separatismo; por eso, cuando gobiernan acaban crispando a los componentes de este mosaico plural. Tampoco la izquierda lo tuvo siempre claro y acabó cediendo más de lo conveniente a las crispantes pretensiones egoístas y cortas de mira de los independentistas, que los extremos se tocan.

Cuando no se delimita con precisión qué es propio del gobierno de una comunidad autónoma y de su territorio y de lo que es interterritorial, cuya gestión corresponde al Estado de España, siempre tendremos cuentas pendientes y sensibilidades heridas. No se puede hacer política con las imprecisiones que aún existen en torno a las competencias de las autonomías y al papel y función del Estado español. A la ideología de la derecha le molesta esa precisión; piensan que se hacen concesiones importantes a las comunidades que favorecen el independentismo; la errónea y única solución que calibran es la mano dura. Y no saben que se equivocan de medio a medio. El independentismo surge de tal imprecisión, de esa falta de límites y de ese miedo a dotar a cada comunidad autónoma de los mecanismos legales, jurídicos y monetarios adecuados para que se desarrollen con arreglo a sus posibilidades; a la vez las competencias del Estado deben quedar meridianas y no debe haber interferencias ni duplicaciones en cuanto a tales competencias. El ministerio de Asuntos Exteriores, por ejemplo, no debe defender la marca España de un modo simple, de unidad única, sino de modo complejo, dando a conocer las posibilidades de todas y cada una de las comunidades autónomas. Nos cuesta dar ese paso. Pero mientras esto no lo tengamos claro, habrá fricciones y desavenencias. El ministro Wert debería llevar más cuidado (ya sé que es pedir un imposible) y no encender más la llama. Por eso cuando él habla todo el mundo se lleva las manos a la cabeza y siempre se oye lo mismo: lo que hay que Wert.