Varios sucesos marcan una semana que, en su diversidad, nos indican que estamos siguiendo un nuevo rumbo. Así, las declaraciones de un preboste de la economía valenciana que expresa sus peores deseos para los políticos -léase: del PP- corruptos, olvidando decir a dónde debe ir la pléyade de empresarios corruptores. Pero, también, la celebración de un debate sobre el estado de la ciudad de Alicante, arrancado a la voluntad de la voluntariosa alcaldesa. Y, finalmente, publicación de una encuesta que ha hecho temblar de espanto, rabia o alegría a todas las fuerzas políticas. Y es que las tres noticias nos indican que se acaba el régimen. Baste una prueba: ¿se imagina el lector que una de estas cosas hubiera sucedido hace sólo un año? No, claro que no. ¿Qué ha pasado en ese año para que el País Valenciano dé este giro? Se dirá que ha bastado la persistencia de la crisis, el enfado aceleradísimo de la población con Rajoy y sus españolizadores de la deuda, el equipo con más capacidad para generar desastres desde que se retiraron los Hermanos Marx. Pero no basta eso para explicar todo. Aquí hay más datos a tener en cuenta, sobre todo para quien esté interesado en interpretar el futuro, además de este reciente pasado.

He usado una frase que, me parece, encierra la clave del asunto: final del régimen. Y es que el PP había subvertido el "sistema" político de la democracia valenciana para sustituirlo por un "régimen". Mientras que en el sistema lo esencial es el ajuste de propuestas y comportamientos a reglas jurídico-políticas establecidas, fiables, abiertas e iguales, en el régimen lo decisivo es el juego de poder en el seno del propio aparato triunfante, en el PP y en sus aliados, en este caso, y a ese objetivo, al mantenimiento y reproducción de ese poder, se subordina todo, sea el Reglamento de las Cortes, el funcionamiento de un Pleno Municipal, los apaños para hacer un PGOU, el nombramiento de altos cargos o asesores o las relaciones con los medios de comunicación. Los "manda-mases" van tan sobrados de fuerza que les basta el impulso de legitimidad originario -los votos obtenidos cada cuatro años- que pueden prescindir de la legitimidad de ejercicio y actuar con soberbia, desmesura, insolencia y desprecio de la oposición o de cualquier discrepante. ¿Hará falta que ponga ejemplos?

Pero aquí el régimen ha tenido raíces especialmente sólidas porque, además de obtener muchas victorias encadenadas que no dejaban espacio a "contrapesos", se ha engarzado con un modelo de desarrollo peculiar, apreciable -"el nuestro"- basado en el culto retórico al turismo de masas, la realización de aparatosos "grandes eventos" y, sobre todo, la construcción especulativa. Ello ha hecho que en muchos lugares se constituyeran tramas características de políticos, empresarios y técnicos que han conformado los pasadizos reales del poder. Y que han promovido la corrupción. Pero todo eso se ha acabado con la crisis. Es más, la superabundancia del modelo hace que la crisis aquí reluzca más, sea más cruel. Sciascia escribió que el siciliano que negara la existencia de la mafia o era un mafioso o un imbécil: aquí ya sabemos cuántos mafiosos y/o imbéciles tenemos: un 5%, que es la cifra de los valencianos que niegan la existencia de corrupción en la encuesta. Sin embargo la cifra de los que están convencidos de su existencia se dispara como nunca. Ese es el dato esencial -casi tanto como la intención de voto- sobre la dilución de los andamios que estabilizaban la estructura del poder realmente existente, del régimen.

Y eso es lo que, por ejemplo, Castedo, no puede entender, socializada políticamente en otra época. Alperi, que es transhistórico desde el 23-f, sí lo entiende, pero ya ha amortizado la cosa. Camps, intemporal, no lo entiende tampoco. Fabra lo entiende demasiado bien, el pobre. Y muchos socialistas tampoco lo entienden. Y no porque sean corruptos sino porque han quedado prisioneros de otra constante del régimen: su estabilidad requería de un bipartidismo en el que una fuerza era hegemónica, pero dejando suficientes migajas para que los grupos dominantes en el PSPV -los de siempre y algún interino- pudieran seguir viviendo de la política. No es extraño que el cambio de régimen se lleve por delante también esa certidumbre. Me parece que algunos socialistas, al leer la encuesta, habrán pensado que sería mejor volver a los buenos tiempos de gobiernos PP antes que verse gobernando con Compromís y EU tan crecidos. Aviven el seso y despierten, les diría el clásico. Pero no les veo con afición. Por vez primera en la democracia española fuerzas "a su izquierda", sumadas, tendrían más votos y escaños que el PSOE aquí. Esa es la condición real para que el PP tenga que encargar a empresas de mudanzas el traslado urgente de los contenidos oscuros de cajones y el subsuelo de las alfombras. Dicho de otra manera: o cambia el PSOE rápidamente -aquí y en toda España- o para que el PP pierda aún ha de perder más el PSOE. Si esto fuera una alternancia dentro del sistema no sería preciso: sí lo es cuando el PSPV aceptó, con sus entretenimientos de salón, hace años, formar parte del régimen que cambia.

Y, sin embargo, no le falta razón a Castedo en alguna opinión. Una cosa es constatar los efectos de la corrupción y otra pensar que ese poquito que falta para acabar con el régimen "popular" se va a conseguir repitiendo el mantra de la corrupción. En la historia y en la memoria de los alicantinos, Alperi y Castedo serán siempre los alcaldes de la corrupciónÉ aunque San Raimundo de Penyafort cante su inocencia en los altares, aunque obre milagro la Santa Faz para decirnos lo honrados que son y que, como prueba, el Hércules ascenderá a Primera. Porque presidieron la ciudad en un momento en que casi todo lo importante sólo podía explicarse si existía corrupción política y moral. ¿Mala suerte? Que hubieran jugado a otra cosa. Pero ni quisieron, ni supieron. Y bien que les ha venido. Ahí tienen a doña Sonia, aún, presumiendo de flores. Pero eso ya lo sabemos. Lo saben hasta los empresarios importantes: esa raza cobarde que a uno llamó Luis XVI y de la otra hizo chistes machistas, esos oscuros provincianos que dejaron morir a la CAM y que han hundido sus propias asociaciones. ¿Pero y la oposición? Con la denuncia de la corrupción no es suficiente -aunque no esté de más pellizcar algunas mejillas para que no empalidezcan-. El cambio de régimen precisa -no vaya a ser que al final todo se desborde por la abstención o por el agujero negro de UPyD- de alternativas reales y concretas. Y, la primera: la esperanza. Rescatar de la paleta escondida los colores y guardar el blanco y negro. Personalmente me aburre esperar que vayan a perder. Lo que me divierte es ver qué puede hacerse para gritar con fundamento un ¡vamos a ganar!