Se cierra el comercio de una gran amiga de la infancia que dejó de estar con nosotros en marzo de 2010. Desde entonces, ha seguido abierto como si nada, con la ayuda de Marga, siempre fiel al negocio familiar y gracias a sus padres, Manolo y Antoñita, que sacaron adelante una empresa relacionada con el diseño y producción de calidad de bolsos y cinturones.

Me vienen a la cabeza muchos recuerdos. El otro día reunidas las amigas del colegio, comentábamos que era una pena no ver la tienda abierta. Una tienda que lleva el nombre de ella y que para nosotras, pasar por allí y verla funcionar era como pensar que todavía la teníamos entre nosotros. Además, un comercio como pocos en la ciudad. Fruto del esfuerzo de una ilusión que desde niña tenía su creadora, Natalia. Cuando estudiábamos ya se colaba en la fábrica de sus padres a diseñar cinturones, camisetas con tachuelas, etc. Además era generosa, pues le gustaba regalar y compartir los cinturones con nosotras, sus amigas. Después estudió en Valencia y se especializó en Milán. Era una persona con un gusto muy personal, atrevido en ocasiones y que siempre acertaba, verla era un placer. Una persona de las que se arreglaba para su ciudad, aunque fuera para ir como digo yo, a la vuelta de la esquina.

Hay comercios que han marcado un hito en la historia de Elche, comercios con fuerte personalidad. Pues aunque todos tienen la suya, hay algunos que perduran en nuestro recuerdo. Cada uno de nosotros tendrá una lista en su memoria. Permítanme que yo comparta hoy con ustedes la mía. Desde pequeña me han llamado mucha la atención tiendas con interior de madera noble como Quigües en les Quatre Esquines; Manila, en Eres de Santa Llúcia, la tienda donde a veces mis hermanos y yo íbamos acompañados de mi abuelo a buscar un regalo para el día de la madre y siempre encontrábamos algo bonito que se ajustara a nuestro pequeño presupuesto, tras hacernos la dependienta algún que otro descuento.

Mañacos en la calle Hospital, donde la mitad de mi generación nos hemos subido al taburete de Enrique y Lolín y nos han vestido primero de niños, luego de quinceañeros y después a nuestros bebés. Chicuelos en la Plaza de la Fregassa y María Fernández en la Corredora donde acompañábamos a mi madre a probarse algún vestido. Bambino en la plaza de Las Flores, que también nos ha vestido a muchos niños y adolescentes. También Gente en la Replaçeta del Espart y la zapatería Peter Pan donde nos compraban los zapatos para la vuelta al cole.

La tienda de bromas en El Salvador, donde íbamos a buscar provisiones para el Día de los Inocentes. Parrot que tenía cosas muy modernas y que ha confeccionado muchas listas de boda de parejas de esta ciudad. Teyma para las madres y Teenagers para como su nombre indica, los quinceañeros donde nos reuníamos a comprar los regalos de cumpleaños.

La heladería Vía Condotti en Capitán Lagier que nos enseñó a que los helados se podían tomar también en invierno o Quino con su tiendecita del puente de Canalejas donde de pequeña compraba los regalos para la amiga invisible del colegio. No puedo dejar de hablar de la tienda de Cande, de sus escaparates del Misteri y de Navidad, su colorido de flores en primavera donde pasar a saludarla se convertía en un buen rato de conversaciones solucionando la ciudad.

Pero si había un comercio que entrar me producía una sensación agradable era J. Sánchez en el Carrer Ample. La razón, no sabría decirla, quizás porque no parecía una tienda, sino más bien una casa con sus muebles antiguos, sus cajones llenos de productos de belleza, su luz ambiental.... Hace poco también cerró en el carrer Troneta, Andrés Navarro, otro comercio muy especial, fiel a su estilo hasta el final.

Como ven, todos esos que he citado ya no están, pero hay otros, todavía hoy abiertos con muy buen gusto y exquisita atención al público, soportando la crisis con optimismo. Donde entrar me produce mucha alegría pues Elche se merece un comercio de calidad y donde nuestros industriales, creativos y diseñadores expongan sus productos, como así hace por ejemplo Siglo Cero, Guioseppo, Dolça.

En algunos casos, dada su larga trayectoria me viene a la cabeza mi infancia. Al entrar a esa imprenta sigo oliendo a lápices, a goma de borrar y a las letras de calco. Sigo saboreando los mismos pasteles y bollos con chocolate que tomaba a la salida del cole en esa misma pastelería. Compro los lazos de raso de colores guardados en unos cajones de madera que tendrán cien años en esa misma mercería. Medias, en la tienda de toda la vida a la que me llevó mi madre por primera vez, porque me aconsejan muy bien y me preguntan por mis niños. Los zapatos donde a los 16 me pasaba largos ratos mirando algún par en el escaparate.

La tienda de mi amiga es así. Especial, con personalidad, ejemplo del buen hacer, auténtica, con muy buen gusto, como era ella, insustituible.