Algo más de diez años después de que se tuviera conocimiento del proyecto de paso del tren de alta velocidad por nuestra provincia, e inmersos en una crisis inmobiliaria y económica profunda y de complicada salida que ha obligado a replantearnos nuestro paradigma de desarrollo, las razones que los grupos ecologistas esgrimíamos contra el citado proyecto ya no parecen tan absurdas y cuestionables. Las previsiones de rentabilidad del AVE, que pasan por "forzar" a posibles viajeros a utilizar este medio mediante la supresión de líneas de transporte convencionales, no están nada claras visto lo acontecido en el resto de trazados de alta velocidad ya en funcionamiento en nuestro país. Además, en un momento de recortes sociales y de llamadas a la austeridad, más de uno se pregunta si la mareante cifra de miles de millones de euros que hemos pagado (y que seguiremos pagando durante años) no podía haberse destinado a otros menesteres, por ejemplo a mejorar la vía convencional de ferrocarril entre Murcia y Alicante (que pasa por Elche), la cual después de más de 125 años sigue sin electrificar, con una sola vía en la mayor parte de los tramos y sin conectar el aeropuerto o el Parque Empresarial.

Para colmo, aparte del constatable y grave deterioro ambiental que ha producido en la zona, esta obra ha generado multitud de problemas a muchos de aquellos ciudadanos a los que en su día se les vendió como algo maravilloso. La lista de agravios a este importante número de afectados por el AVE es bastante larga. Son miles en nuestra provincia los expropiados por el trazado que se han visto forzados a abandonar sus terrenos y casas, recibiendo a cambio unas cantidades económicas ridículas que para nada compensan las molestias que les han ocasionado. Pero aún son más los que se han quedado viviendo en las proximidades de esta obra y han tenido que sufrir, sufren ahora y continuarán sufriendo las consecuencias de esta cercanía, consecuencias que van bastante más allá de convivir con el polvo y el ruido durante cuatro años, los que se llevan de proceso de construcción de esta infraestructura. Son vecinos a los que se les ha dificultado el acceso a sus casas y que han visto y sufrido el deterioro de sus caminos, fruto del trasiego incesante de maquinaria pesada. Vecinos cuyas casas han temblado con las voladuras utilizadas para horadar los túneles de la obra, causando todo tipo de desperfectos, para variar no compensados. Y vecinos que ya han empezado a padecer (y lo harán en lo sucesivo) los efectos de la brutal modificación del paisaje que el AVE nos ha dejado, lo que incluye la alteración de la dinámica hídrica de los lugares por los que discurre. Estos efectos los han podido constatar los vecinos de las partidas de Carrús y Peña de las Águilas con las lluvias del pasado 28 de septiembre.

Tras una lluvia no más fuerte que en otras ocasiones, en las citadas pedanías aparecieron donde no lo habían hecho nunca (o al menos no de esa forma) torrentes de agua desbocada, que iban arramblando con todo lo que se encontraban a su paso. El paisaje que quedó tras la tormenta no podía ser más desolador. Vallas y muretes derribados, casas anegadas de agua y barro, caminos destrozadosÉ En zonas como el camino del Bolo todo ello puede constatarse días después, pese a la labor de las brigadas municipales que han estado limpiando por el lugar.

Cabría preguntar ahora qué piensan hacer quienes vendieron la idea de este AVE maravilloso (los que nos gobiernan a la cabeza) para que sucesos como los citados no vuelvan a repetirse. Y también de qué manera van a ayudar a los afectados, si van a hacerlo, o si por el contrario van a escurrir el bulto y a mirar para otro lado Y finalmente, estaría bien que cosas así nos ayudaran a todos a reflexionar sobre las burras que nuestros políticos tratan de vendernos continuamente y sobre la dejación de responsabilidades que como ciudadanos muchas veces (por no decir todas) hacemos en su favor.