A los líderes se les espera en tiempos difíciles. En tiempos de abundancia, cuando las cosas van solas, resulta fácil estar en lo más alto. Todo son felicitaciones y parabienes. Pero ahora estamos en tiempos difíciles, muy difíciles. La crisis ha determinado una tremenda desafección hacia los protagonistas de la actividad política. No es extraño. La gente entiende que "la política" dirige el mundo, lo que la convierte en responsable, en última instancia, de que las cosas vayan como van. Pero no existe "la política", en abstracto. Son unas determinadas y concretas políticas las que nos han llevado donde estamos y las que nos mantienen en esta situación dramática.

En el origen de todo está un desigual reparto de las ganancias derivadas del aumento de productividad que trajeron las nuevas tecnologías aplicadas a la producción. La economía financiera se hizo con la parte del león de esas nuevas ganancias, mientras se producía un estancamiento de las rentas que iban a parar a la inmensa mayoría de la población: los asalariados. La concentración de los recursos económicos en manos de unos pocos, impedía que el mercado diera salida a todo lo que se podía producir. Algunos buscaron la fórmula de aumentar el poder adquisitivo de la mayoría, sin aumentar los salarios. Se trataba de prestarles para que compraran. Aquí es donde aparecen las famosas hipotecas "subprime" americanas, de las que tanto hemos oído hablar. El exceso de capital que se acumulaba en la economía financiera se dedicó a prestar dinero, mediante hipotecas, a gente que, seguramente, no iba a ser capaz de devolverlo pero que, inmediatamente, lo destinaba a aumentar el consumo de bienes y servicios. La cosa no podía durar mucho y, al final, la burbuja estalló. El problema es que, con la economía globalizada, esas hipotecas se habían distribuido, como inversión, entre bancos de medio mundo y los impagos afectaron a todo el sistema financiero, dando origen a la crisis de 2008. Esto no habría pasado nunca si se hubieran redistribuido las ganancias a través de los impuestos, equilibrando el reparto de las rentas para aumentar el consumo. También se habría evitado reforzando el control de la actividad financiera, para impedir actividades de alto riesgo fruto de la codicia irresponsable de unos pocos. Es decir, esto no habría pasado si no se hubieran aplicado políticas neoliberales dirigidas a beneficiar a los ricos, reduciendo impuestos, y a desregular la actuación de los bancos, permitiéndoles todo tipo de aventuras especulativas. Por tanto, son determinadas políticas las responsables de la crisis y conviene recordarlo.

Sobre esta crisis inicial, con origen en los Estados Unidos, se han impuesto en Europa otras recetas de política económica que nos están llevando al desastre. Esa obsesión por alcanzar el equilibrio presupuestario, en plazos imposibles, responde a una concepción de la sociedad que tiene como objetivo el Estado mínimo. Para el neoliberalismo dominante, cada uno debe arreglarse su situación mientras el Estado gasta lo menos posible. El cuento del esfuerzo personal que conduce al éxito pretende ocultar el peso de las desigualdades, biológicas o de origen familiar, en la capacidad para alcanzar ventajas en la vida. Claro que, gastando poco el Estado son menos necesarios los impuestos, lo que siempre viene bien a los ricos que no necesitan ninguna clase de redistribución. Y así, recortando y recortando, vamos reduciendo el consumo y deprimiendo más la economía, retrasando la salida de la crisis e incrementando el justo malestar social. De nuevo son unas determinadas políticas y no "la política", quienes están prolongando la crisis.

Esto es lo que no hemos sido capaces de transmitir a los ciudadanos y por eso la indignación no hace distingos. Lo que resulta bochornoso es que sean los partidarios de esas políticas que nos han traído aquí los que se suban al carro de la demagogia para ponerse al frente de la protesta contra "la política". Esto es lo que ha hecho Fabra con su propuesta de recortar las instituciones políticas y de someter "el 70% de los incentivos a sindicatos y patronalesÉ a los resultados en inserción laboral". Aquí lo de menos la cantidad que se recorta, que es ridícula en relación con los gastos y la deuda de la Generalitat. Lo importante es el concepto y la forma de venderlo. Es una manera vergonzante de señalar los gastos de "la política" como responsables de la crisis y de cargar a las organizaciones económicas y sociales con el estigma del mantenimiento del paro. Es la vieja idea de la derecha autoritaria de que las cosas se arreglan mediante el expeditivo método del "mandar-obedecer". Para ellos, debates, controles, negociaciones y acuerdos son lujos que no se pueden sostener en tiempos de crisis.

Ahora que está de moda el libro de Acemoglu y Robinson ("Por qué fracasan los países"), no estaría de más que alguno de los múltiples asesores del President lo leyera y se lo explicara. Es la configuración de las instituciones, más abiertas y participativas o más excluyentes y autoritarias y la aplicación de unas u otras políticas, en beneficio de pocos o de muchos, lo que determina el éxito o el fracaso de los países. No es casualidad que los índices más elevados de bienestar estén donde se encuentran las democracias más avanzadas y transparentes y ese es el ejemplo que deberíamos seguir. Aquí, como los recortes en las instituciones políticas y sociales son irrelevantes desde el punto de vista del ahorro, Fabra los presentó como "ejemplares", en su discurso en les Corts. Ejemplares, ciertamente, sí son. Constituyen el ejemplo más elocuente de cómo se puede subir uno a la ola del populismo y de la demagogia. Seguramente para distraer la atención y ocultar responsabilidades, que es lo que no hace nunca un líder.