Hace tiempo que me quejo del uso imperante de no saludar a la gente con la que nos encontramos en la vecindad, las tiendas o las calles. Es una nueva costumbre que se ha implantado a la chita callando, y que parece haberse quedado a vivir con nosotros, por mucho que perjudique a la concordia, a las relaciones y a ese punto humano que más nos valdría espabilar.

En el pueblo al que voy para descansar, aún hay costumbre de saludar a todo el que pasa, sea conocido o desconocido, español o extranjero, anciano o niño. Y la verdad, se siente un cierto cobijo con estos saludos, una especie de compañía, de proximidad, de afecto.

Lo cierto es que me molesta entrar a un sitio, saludar y no obtener respuesta, cruzarme con un conocido y notar que se hace el despistado, o encontrarme a personas que prestan más atención a sus móviles que a quienes pasamos por su lado deseándoles los buenos días. Me pregunto cuándo y por qué empezó a decaer el saludo. ¿Habrán tenido que ver las prisas que nos corren? ¿El abandono de unas maneras que se pueden interpretar como anticuadas? ¿El tamaño del lugar: ciudad, pueblo o aldea? ¿El desprestigio de todo lo que suene a obligación? ¿La valoración de la efectividad en detrimento de la afectividad?

No hace mucho presencié una situación curiosa. Un señor de mediana edad saludaba alegremente a un niño vecino que no respondió a su saludo. El señor reaccionó diciendo con alarma y aspavientos: ¿Qué pasa? ¿Qué me ocurre? ¿Me habré vuelto invisible?"¨". Al niño esto le dio risa y entonces saludó. Su creativo vecino aprovechó la ocasión para decirle en buen tono: "Saludar no cuesta tanto y es agradable. Otro día salúdame, ¿de acuerdo?".

Así que cuando este curso ha surgido en mi clase el tema del saludar, me he alegrado. Trabajar con mis alumnos de cinco años sobre algo que considero relevante ha sido para mí un placer y una esperanza.

El asunto lo suscitó Aitana con su frase contundente:

-Mi palabra preferida es "hola".

-¿Por qué?, le pregunté.

-Porque cuando la digo me contestan, me miran, y se ríen, explicó la niña.

-A mí también me gusta decir hola y le he enseñado a mi hermano, que tiene un año, a decir hola cuando ve a alguien.

-Sí, da gusto saludar. Es como si te diera alegría encontrar a las otras personas, comenté.

-A mí algunas veces me dicen: hola, ¿qué tal?, y yo contesto: Muy bien.

-Hola es como buenos días.

-A mí la que no me gusta es "buenas noches", porque me tengo que acostar.

-Pues a mí sí, porque mi padre y mi madre me dan las buenas noches "a besos".

-Yo cuando vengo al colegio mi madre me dice: "que no se te olvide saludar", pero como me lo dice todos los días, me canso de oírla.

-Es que saludar es importante, imagínate que entraras sin decir nada. Sería como si no nos vieras, o como si no te importáramos.

-Un día Félix entró callado y tú le dijiste que dijera algo, que no estaba solo.

-Es que tenía sueño.

-Mi abuelo dice que los que no saludan son unos maleducados.

-Yo no soy un maleducado, es que me levanté cansado porque tuve una pesadilla.

Aprovechando la conversación espontánea, propuse a los niños seguir hablando de esto y estuvieron de acuerdo. A partir de ahí buscamos en el diccionario, preguntamos a las familias, hablamos, pensamos y averiguamos muchas cosas:

Que saludar significa desear salud y cosas buenas a otros, y no saludar puede indicar desconsideración, descuido, enfado o mala educación. Que hay saludos de muchas clases: gestos, palabras, besos. Que siempre han existido los saludos y los hay para cada momento del día. Que hay saludos más o menos cercanos, cariñosos o formales, según la relación que se tiene con las personas a las que se saluda.

También aprendimos cómo se saluda en varios idiomas, gracias a una nota que trajo Daniel y que presidió la clase un tiempo. Dramatizamos momentos de saludo y de no saludo, saludos de otros lugares (China, Rusia...), saludos especiales (a los reyes, a los "capitanes", a las hadas...). Y recitamos este bonito poema de Pedro Mañas, que a los niños les gustó mucho y a mí me puso a pensar.

Los hombres hormiga

Las hormigas van llevando

las espigas.

No se miran, ni se salen

de su fila.

Las personas van cargando

sus mochilas.

No sonríen, ni se dicen

buenos días.