Tengo últimamente una agenda de saraos de lo más nutrida. A cumpleaños, bodas y cenas con amigos, se une una reunión de viejos compañeros, una fiesta de reencuentro en el gimnasio y un par de actos de trabajo de los que suelen alargarse hasta acabar cantando el «amigos para siempre» con el subdirector de la sucursal de la esquina. Cuando me quejo de perder medio fin de semana con tanto rizado de pestañas antes y tanta aspirina después, mi amiga María Dolores me recuerda que de aquí a nada vamos a empezar con la artrosis y que entonces echaremos de menos las risas y las conversaciones delante de una cerveza. Yo tengo mis dudas. ¿No habrá llegado ya el momento de replegar velas y mimetizarse con el sofá los sábados por la noche? ¿Hasta qué edad puede uno ir por ahí zascandileando sin parecer la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses? Ya sé que muchos dirán que no hay edad para divertirse, para salir con los amigos y para tener vida social. Ya, ya. Pero, ¿y si los cincuentones acabáis acostando a los de veinticinco? Como no sabes muy bien qué es lo normal, cuando alguien te dice: «Ya quisiera yo tener tu marcha a tu edad», no puedes evitar plantearte si a lo mejor lo que toca es sentarte a ver bailar a tus hijos en vez de gritar el «Bienvenidos» como si le fueras a dar la réplica a Miguel Ríos. ¿Dónde está la medida?

Con la ropa pasa igual. Llega un momento en que empiezas a mirar los vestidos con otro punto de vista. Si antes lo que te preocupaba era que fuera bonito y barato, ahora lo que te preguntas es si no será demasiado corto o estrecho o llamativo para tu edad, con lo que, ante la duda, acabas con ese más discreto que la vendedora califica de «elegante» y con el que sabes que no vas a llamar la atención aunque corras el peligro de desaparecer de puro aburrido. El problema es que si con la media noche te transformas en un Gremlin y sigues subiéndote a la silla para bailar, da igual que lleves el más depurado de los trajes de cóctel. Yo, para evitar soflamones y salidas de tono, últimamente antes de tomar una segunda copa recuerdo lo que dice uno de mis amigos: «Lo que resulta gracioso a los 20 puede resultar patético a los 50». Él se refiere al alcohol, pero yo he decidido aplicarlo a todos los ámbitos de la vida y dejar de ponerme vaqueros rotos y minifaldas, no volver a unirme a las coreografías del «no rompas más mi pobre corazón» y no saltar más una valla para hacer un reportaje si no quiero acabar con las rodillas llenas de arañones como cuando tenía 12 años. Por lo demás, ¿qué quieren? Aún no estamos muertos, así que, el sofá puede esperar.