Cuando estalla en el cielo el cohete de los fuegos artificiales se abre un ramillete de luces a su alrededor. Tal parece que sucede en el núcleo duro del Gobierno y del pepé, que pretende distraer la mirada de la gente a medida que se abren grietas profundas en su núcleo. A la manera del Tea Party, del que sin duda toman buena nota, es el sector extremista del pepé el que arrastra al resto e impone la agenda, adentrándose por la senda de la demagogia más mezquina.

La señora De Cospedal, presidenta de la Comunidad de Castilla-La Mancha, tarea a la que dedica poco más de veinticuatro horas a la semana de su precioso tiempo, la política mejor pagada de España durante años, funcionaria de carrera, especializada en impartir lecciones cotidianas de austeridad y alardear delíder de los recortes en todos los ámbitos donde malviven los sectores sociales más débiles, aprovecha el trámite parlamentario del inicio de curso político de su región para proponer que se reduzca a la mitad los escaños de la asamblea y que los diputados no cobren sueldo, sino sólo dietas, para dar ejemplo.

En la lógica de la España de los recortes asimétricos, concebida como una maldición bíblica, la señora de Cospedal calcula que esta medida será bien recibida y aplaudida. ¡Ya está bien de mantener a una casta política ociosa -a la que ella misma pertenece de modo preminente! ¡Ya está bien de Autonomías! Poco importa que, apenas unos meses antes, el propio pepé castellano-manchego propusiera ampliar, precisamente, los escaños de la asamblea para dar cabida a sus clientelas en algunas provincias sub-representadas: La señora De Cospedal vive al día. Vive de ello.

Con esta maravillosa iniciativa, dictada sin tomarse siquiera la molestia de consultar a la oposición (cuando la reforma de la ley electoral y la representación parlamentaria es una cuestión crucial en cualquier régimen democrático, por mucha mayoría absoluta de que disfrute), la señora De Cospedal, a cambio de presentar unos ahorrillos en el balance, y de dar carnaza al coro de demagogos que la jalea, conseguiría bajo manga unos sustanciosos beneficios políticos. Al reducir la representación política a unos veinticinco parlamentarios se aseguraría la reelección indefinida para su partido, al tiempo que marginaría para siempre a las incómodas minorías. Pluralismo al revés. Y no sólo eso: con este cambalache, una asamblea debilitada y mediopensionista sería ideal para dejar las manos libres a la presidenta, que sin controles, sin debate y sin oposición, alcanzaría la aspiración de todo gobierno autoritario: gobernar a su capricho, haciendo caso omiso de la división de poderes.

No aclara De Cospedal si la eliminación de sueldos de los diputados le alcanza a ella. Pero igual daría que renunciara a su sueldo (que no creo) o que se aviniera a cobrar de su partido, pues el dinero saldría a fin de cuentas del bolsillo de todos los españoles. Si de verdad la señora De Cospedal fuera coherente con sus innovadoras ideas renunciaría a su cargo, en el que no cree y al que no se dedica, y pediría la abolición de su Comunidad Autónoma y las del resto de España, una vieja aspiración que está en el ADN de la extrema derecha española, que sueña con volver al neofranquismo centralista y madrileñista.

Muchas veces se ha dicho, y ahí están los ejemplos que la Historia nos ofrece, que toda crisis económica sistémica no sólo produce efectos devastadores en las vidas de la mayoría de la gente, especialmente de los sectores más débiles, sino que afecta a las libertades y a la democracia misma. Una cosa es tomarse en serio cómo reformar eficientemente el Estado y sus instituciones, incluidas las Comunidades Autónomas, para hacerlas más útiles y cercanas a los ciudadanos, y otra muy distinta aprovechar la crisis para desmantelar la democracia. El Gobierno del pepé sabe muy bien lo que hace: ha colocado al frente de ministerios e instituciones a las personas que menos creen en su misión y que emplean su tiempo en servir, no a los ciudadanos, sino a la cuadrilla de agitadores extremistas emboscados en la siglas de su partido.