Alguien dijo que la vida es un río tranquilo que a veces se desborda. Como tranquilo parecía este verano que ha sido atravesado, además de por un calor implacable, por un verdadero tsunami político. A propósito del sol y el calor, recuerdo muy bien una conversación mantenida en la terraza del bar del Teatro Principal con el siempre grande Fernando Fernán Gómez, hace ya muchos años (ahora de todo hace muchos años), mientras él bebía un coñac con hielo y yo un café. Creo que fue la última vez que le vimos sobre un escenario en Alicante, representando nada menos que El Alcalde de Zalamea. Y me juró el gran actor que no volvería al teatro tras sufrir el azote de los focos que le colocaban bajo un sol castellano muy real. "No puedo soportarlo más", me confesó con voz atronadora. Bueno, pues esperando que nos abandone pronto ese sol justiciero, casi sin darnos cuenta nos encontramos en septiembre, el mes idealizado como suave e idílico, de agradables temperaturas (aún con el temor a la gota fría) y sin el agobio del turismo de masas. Es el momento de reincorporarse al trabajo, de ir preparando el ilusionante curso de la primera universidad, de nuevos libros para el colegio; es el mes en que los teatros de las grandes ciudades preparan sus estrenos de temporada; es la vuelta de ese fútbol que en realidad no nos ha abandonado en todo el verano. Y es el mes de los reencuentros. Porque estamos tan necesitados de momentos agradables y afectivos que siempre encontramos un motivo de celebración: el final del verano, el comienzo del curso, de la temporadaÉpero en realidad queremos celebrar el reencuentro. Yo suelo pasar muchas horas metido entre fogones y sudando la gota gorda para celebrar algún encuentro veraniego en mi terraza; por suerte este año no me he prodigado en exceso por lo que "la vuelta al cole" puede suponerme una acumulación de trabajo culinario. No me importa, me gusta el contacto frecuente con las personas inteligentes y divertidas que, para mi suerte, suelo frecuentar. Pero últimamente me asalta una duda: ¿cómo frecuentar a amigos queridos que se encuentran en parámetros opuestos a los míos desde el punto de vista político? ¿Cómo no pecar de mala educación si se escapa una frase crítica sobre nuestros gobernantes, cuando mis oponentes están de acuerdo con el llamado sistema? ¿Será que ellos también sufren mi presencia por mis espontáneas opiniones sobre una situación que considero realmente aberrante, y por educación me invitan y me soportan? ¿Será que al ser todos personas educadas procuramos sortear determinadas conversaciones por miedo a herir o a recibir una respuesta no agradable, que agüe el momento distendido? Quizás, quizásÉPero prefiero pensar que, a pesar de estar en muchas ocasiones en las antípodas ideológicas de la mayoría de los participantes en la reunión, puede más el afecto, el cariño cultivado durante años, que los diferentes puntos de vista políticos. Lo que no me impide confesar que cada vez me resulta más difícil no decir lo que realmente pienso cuando la conversación se encamina por esos derroteros. Lo mismo les sucederá a ellos, supongo. Entonces, ¿qué hacemos? ¿hablar de banalidades, de la afición al bingo de Belén Esteban? ? Pues como determinados temas de actualidad me aburren soberanamente, llego a la conclusión de que lo mejor es seguir como hasta ahora, y esperar que mis amigos piensen igual que yo en cuanto a normas de comportamiento. Y creo que la fuerza del cariño hará factible algo de sacrificio en el comportamiento con esas personas que, al fin y al cabo, son muy importantes en mi vida. Bienvenido sea el reencuentro.

La perla. Otro dicho popular: "Por los cerros de Úbeda". Fernando III el Santo esperaba a un caballero que iba a ayudarle con sus huestes a tomar la ciudad jienense. Éste, con pocas ganas de guerra, llegó tras la conquista diciendo que se había perdido por los cerros de Úbeda. Sí, se perdióÉ¡con una bella morita!