Agosto ha sido siempre un mes de calma en los periódicos. Eran famosas -para rellenar páginas y tener un volumen mínimo- las "serpientes de verano", unas noticias tontunas que solo eran rumores, una especie de inocentadas veraniegas del tipo de "se oye que el príncipe fulanito, o el duque menganito ha sido visto en agradable velada con Marujita Díaz. Suenan campanas de boda". Es un ejemplo, no se enfaden ni Marujita ni el duque.

Otra manera de llenar páginas en el ferragosto era el reportaje festivo con el encabezamiento de siempre: "España arde en fiestas". Sopar a la fresca. Moros y cristianos. Desembarcos sarracenos. Bous al agua. La vaca de la cañada. Suelta de patos de plásticoÉ y las vírgenes. Todo pueblo que se precie debe tener una virgen propia y hacerle una fiesta en mitad de agosto. La pobre madre de Jesús de Nazaret -ella y su hijo me inspiran un respeto inmenso pese a las múltiples acusaciones que he recibido de iconoclasta- alucinaría si viera el montón de nombres que le han puesto. Hasta agotar el abecedario. Angustias, Asunción, Carmen, Mercedes, Rocío, Regla, Camino, Cinta, RemediosÉ y así hasta cansarse, que no me explico cómo pasó la Inquisición por esto sin cargarse en la hoguera (de hogueras va este artículo) a los promotores de esta corriente politeísta. Solo un pueblo -que conozca- se salva. En mi Andalucía profunda, donde gobernó años ha el famoso alcalde Mehincho, veneran a San Joaquín. Veneran es un decir porque tienen una estatua del santo en el altar de su iglesia y posa con un libro abierto en las manos. Los catetos de ese pueblo mío y de Mehincho, se pasan un montón cuando dicen: Eres más tonto que San Joaquín que lleva doscientos años leyendo y no ha pasado de la misma hoja.

España arde, pero no en fiestas. Este agosto -nefasto de por sí: rescates, recortes, expropiaciones de Gordillo, amenazas de más recortes, avisos de más rescates, anuncios de más expropiaciones...- no necesita serpientes veraniegas para llenar páginas. Cada día tiene dos o tres incendios, imprudencias, accidentes, mala leche o "quema intencionada". Sin contar al sempiterno, omnipresente, tonto de la barbacoa.

Esta actividad criminal -negligente o buscada- supera en peligrosidad, en alarma social y en daño, a cualquier delito individual, a un asesinato, una agresión sexual o un atraco. Todo delito lesiona el orden jurídico y la tranquilidad ciudadana que el Estado está obligado a proporcionar. Pegar fuego a un bosque lesiona muchas más cosas.

Tengo prohibido por mi psiquiatra ir al monte. Tuve la suerte de ser un niño interno en colegio de curas -ninguno me metió mano como ahora denuncian tantos mil años después, porque yo era un niño bastante cabrón además de feo-. Los curas nos echaban al monte día sí y día también. Me sé de memoria la sierra de Loja, conozco cada pedrusco clavado en la rabadilla cuando duermes en el suelo. Sé lo que es ir a Sierra Nevada en enero con pantalón corto. Cuando dejé el colegio, juré por las cenizas del padre superior no pisar jamás un monte, como no fuese para dormir -románticamente si es posible- en la comuna de Bunyola o en la Font Roja, pero encamado, nada de suelo con hormigueros ni café con leche con abejorros. Me hice urbano y asfáltico.

Pese a no ir al monte a nada, comprendo su importancia vital, su belleza: la Sierra de Tramontana, Aitana, el Puig Campana o el Puig Mayor, son tesoros -que usamos de momento y que tenemos que dejar impecables a quienes vengan detrás-. Todo lo que no sea eso es un crimen contra la humanidad porque nos arroja al desierto.

Dicen los que entienden -hasta el ministro Cañete en los toros- que los incendios del verano se previenen en invierno, que la culpa de muchos de ellos es -imprudencias y crímenes aparte- la suciedad y el abandono.

Si uno va al alcalde -no a Mehincho jubilado hace lustros- o al delegado del gobierno y le dice "tengo algunas ideas sobre este problema", pueden pensar: otro listo buscando un enchufe y un sueldo. Con el montón de asesores que tenemos, como para incrementar la nómina con otro más para cobrar.

No es mi caso. Tengo más trienios que Millán Astray cuando gritó aquello de "muera la inteligencia" y más que Queipo de Llano cuando se oponía a que "Paca la culona encabezara el golpe". Trabajo cada día porque, pese a los trienios, la naturaleza no me ha regalado una salud propensa al absentismo. El día que caiga será redondo, directo al crematorio y sin mariconadas en el interim. ¡Suerte! Disfruto cada mañana afrontando las tareas de la covachuela en que me ubico. No dejaría ese trabajo ni para presidir la ONU. A estas alturas.

¿Abrirán un concurso de ideas en torno a la seguridad, la salubridad y la conservación de los montes? Si yo tengo una idea, muchos la tendrán igual o mejor. Ya no es cierta la frase del Perich "cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde". Los consejeros, los delegados, los subdelegadosÉ, saliendo en la tele -estorbando- cuando las cámaras se acercan a cubrir el incendio, no arreglan nada. Podemos prescindir de los políticos, de los sindicatos, de los obispos, de los parapsicólogos, de la diputación provincial, de los Rodríguez, de los Alperis, de los Aznar y los Zapateros, de los conselleres, de los brokers y de los agentes de movilidad, pero no de los bosques.