Los Juegos de 1988 fueron concedidos a Seúl a pesar de no tener un gobierno especialmente democrático. El Comité Olímpico Internacional entendía en aquellos tiempos que era conveniente llevar el gran espectáculo deportivo a ciudades en donde fuera posible algún tipo de apertura política. Así se hizo con Moscú y últimamente, con Pekín. Seúl, que quería mostrarse el mundo como gran contraste con Corea el Norte, montó los Juegos con auténtico lujo en los recintos deportivos y las ventajas para el trabajo de los miles de periodistas.

Durante los Juegos no se vendió carne de perro y se garantizó que en los comedores de deportistas y periodistas no la habría. No hubo carne de perro, pero sí estuvieron abiertas las veinticuatro horas del día las peluquerías en donde se compartía el masaje con el sexo. En todos los mercadillos se vendía gingseng y en las tiendas, los cortes de traje de seda natural tenían precios muy baratos y los sastres confeccionaban trajes a medida y chaquetas con tela de cashemir en menos de veinticuatro horas.

Deportivamente, Seúl será recordada como el dopaje de Ben Johnson, atleta de origen jamaicano y nacionalizado canadiense. Ganó la final de los cien metros con record y por delante de Carl Lewis el llamado "Hijo del viento". El positivo del atleta fue la gran noticia. Al conocerse el dopaje y la consecuente pérdida de la victoria, el representante de la delegación canadiense, en la conferencia de prensa, comenzó así: "Jamaica y Canadá están muy apenadas". El deportista canadiense pasó a ser jamaicano.

En la lucha contra el dopaje los médicos denunciaron más positivos que el de Ben Johnson. Hubo varios levantadores de peso búlgaros y un competidor español. Fue uno de los dos participantes en las pruebas de pentatlón moderno. Tomó un ansiolítico para mantenerse firme en la prueba de pistola.

La actuación española se ciñó a la medalla de oro de José Luis Doreste en vela, clase finn, la plata de dobles en tenis ganada por Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal, el bronce de natación de Sergi López en los 100 braza y la plata en tiro olímpico de Jorge Guardiola.

El día que se cerró la villa de periodistas, todo el equipo de la Agencia Efe teníamos que cargar con los bártulos, alquilar un autobús y acomodarnos en un hotel porque hasta dos días después no salíamos de Seúl. En la puerta de nuestro edificio, cuando decía adiós a los soldaditos que habían estado de guardia, un señor con uniforme oficial me preguntó si era español. Le dije que sí y me comentó que teníamos que salir, pero me añadió: ¿Aunque esté cerrado el restaurante ustedes estarían aquí como hasta ahora? Le dije que sí y nos concedió tal prebenda. Fuimos lo últimos habitantes de la villa de periodistas. Quien nos facilitó tal ventaja era el jefe de la villa, el coronel Choi. Había hecho el curso de estado Mayor en Madrid y me fue mencionando a los militares con quienes había trabado amistad. Varios habían estado implicados en el golpe del 23F.