Hace mucho más de un año -y más de dos- nos despertábamos cada día con la misma canción. ¿Se acuerdan de la frase amuleto: "Váyase, señor González"? Pues una similar. La prima de riesgo se llama Zapatero. El primer paso para arreglar este desastre es que usted deje la Moncloa. Llegaremos nosotros y se generará -como por arte de magia- la confianza en los mercados. Esto va a ser jauja cuando la derecha civilizada, tecnócrata, culta, experta en el arte de las finanzas, con grandes lazos con los potentes partidos europeos y que sabe lo que hace, consiga echar del poder a las Pajines, los Zapateros, los Rubalcabas y las Bibianas Aído.

Nos lo creímos y fuimos raudos, corriendo como las balas, a darle la mayoría absoluta a esa derecha que nos anunciaba el paraíso. Digo fuimos y digo todos -o casi todos- porque ahora en cuanto se genera una discusión sobre la crisis económica, los niños con carreras acabadas que no trabajan ni tienen perspectivas de hacerlo, los funcionarios recortados, las extras de Navidad desaparecidas o los niños que tienen que pagar por llevar un taper al colegio para comer de fiambrera, tan pronto se discute por algo de eso, resulta que nadie ha votado a quienes ostentan la mayoría absoluta. Todo el mundo dice: Yo no he sido, a mí que me registren. Tiene que volver Albert Hammond, uno que cantaba hace cuarenta años "échame a mi la culpa de lo que pase", y tiene que inventar la canción contraria: "La culpa fue del cha, cha, cha y yo no tengo ni idea de cómo se ha preparado la que hay liada. Buscad al culpable mirando en otro sitio".

Yo me llevo al trabajo un sobre de nescafé, otro de azúcar y media barrita de pan, y ya me he compinchado con el camarero del mercado de babel. En lugar del euro ochenta por el cortado y la media con aceite, yo pongo los elementos, el pone el vaso, el agua caliente y el periódico. Me cobra 60 céntimos y me ahorro 1,20, cuarenta duros de los de antes, que eso es una pasta. El bar está de capa caída -salvo los jueves que hay mercadillo- muchos días estamos el camarero y yo solos. Si esto sigue así mucho tiempo, no les digo que no nos montemos un romance, con tanta intimidad a la hora del desayuno. La cuesta de Vistahermosa -donde el radar de los grandes frenazos- la bajo en punto muerto y llego a Benalúa colgado del parachoques del autobús de la Florida. Eso me quita años, me devuelve a la infancia cuando iba al instituto en Granada colgado de los estribos del tranvía. Gratis total. He mandado una carta certificada al gerente de Vectalia -gestores del transporte urbano, tengo entendido-y en ella lo eximo de toda responsabilidad si me pasa algo, si un día me pegó un bot y me convierto en un "steack tartare" en la parte trasera del bus. Con los nervios, con los sudores fríos que me entran cuando pienso en la que se va a liar como nos rescaten, un resbalón lo tiene cualquiera.

Ya sé que alguno pensara que esto es el chocolate del loro y que así no se ahorra, pero yo voy a lo mío que el refranero es muy sabio y toda piedra hace pared.

¿He tenido algo que ver en la burbuja inmobiliaria? No. Ni he comprado, ni he vendido, ni he ganado un duro especulando con el ladrillo. ¿He tenido algo que ver en los pufos bancarios? Tampoco. No soy inversor, no soy brocker, no he estado en mi vida en bolsa ni trafico con divisas ¿De qué me hablan cuando me dicen que hay que rescatar bancos si yo le pago al mío cada mes más de cincuenta mil de las antiguas pesetas por los intereses de mi hipoteca? ¿Cuántos hay así? ¿De qué hay que rescatar ni por qué hay que ayudar a esta gente? Son ellos los que nos tienen que ayudar a nosotros y si algo se les ha perdido por el camino -o se lo han llevado, que yo no quiero ser mal pensado- pues que respondan con sus casoplones, sus aviones privados, sus barcos y la pasta que tengan guardada donde la tengan porque el dinero -ya lo decía un preso viejo cuando Benalúa era cárcel- es como la hermosura, no puede estar oculto.

Con estos pensamientos lúgubres, a las siete y media de la mañana me encamino a mi trabajo -y suerte que lo tengo- que el trabajo ha dejado de ser una maldición bíblica para ser una lotería impagable.

Paro en la gasolinera y, aunque es viernes veo a la gente con cara de lunes. Pongo diez euros de gasolina a la moto y me mira uno con cara de asombro, como si yo fuera Onassis. Él ha pedido un euro para su ciclomotor.

La niña, licenciada en derecho con notas -o en empresariales, o en económicas o en biología o en farmacia que de todo hay en la familia-, está durmiendo a estas horas de la madrugada. Sigue parada desde el mismo día en que acabó la carrera porque una carrera hoy no significa nada -ya no hay ni oposiciones- y luego hay que hacer varios masters de los de seis mil euros cada uno. ¡Niña! ¿Te crees tú que todos podemos colocar a la hija con 24 años de concejala o de diputada? Por eso tanto ahorro. Por eso van los niños con taper a los colegios. Un taper por el que ahora les quieren poner un "impuesto" de tres euros.