Comento tres libros recientes en un vano intento de que los árboles no nos impidan ver el bosque. El primero, por ampliar el foco al máximo, es el de Findlay y O'Rourke, Power and Plenty. Trade, War and the World Economy, publicado en 2007. Desde una perspectiva mundial, aunque, casi por necesidad, ligeramente eurocéntrica, analiza la economía mundial en el pasado milenio. Su punto de vista es que antes de la incorporación de América, Australia y Oceanía al funcionamiento del sistema mundial, y ciertamente después, el mundo ha tenido etapas de expansión del comercio (globalización que ahora se llama) seguidas por etapas de "desglobalización". Los autores encuentran que estas etapas "globalizadoras" seguidas de su correspondiente "desglobalización" fueron definidas más por la geopolítica que por la economía. Se trataba de intereses de gobiernos concretos, apoyados por sus correspondientes clases sociales, los que llevaban adelante las políticas para las que las "leyes eternas" de la economía servían como legitimación, pero no como causa de los comportamientos. No se crea que la cosa queda tan lejos: igual que los que estuvieron predicando el "decrecimiento" se encontraron, cuando llegó, que tenía efectos secundarios en el empleo, los que empiezan ahora a predicar la "desglobalización" se podrían encontrar con sorpresas.

El segundo libro, traducido este año, es el de Williamson (Comercio y pobreza. Cuándo y cómo comenzó el atraso del Tercer Mundo). Se trata de un estudio sobre la última (penúltima, para ser exactos) "globalización", la de 1820-1913. Su vocabulario no me gusta: es un anacronismo hablar del Tercer Mundo cuando todavía no existía la Guerra Fría que definió el Primer y el Segundo Mundo, bueno el primero sin mezcla de mal alguno, malo-malísimo el segundo sin mezcla de bien alguno, según el primitivo esquema basado en dicotomías ideológicas, que no analíticas. Aquella globalización tuvo algunos elementos relevantes para nuestra tarea de ver el bosque: Por un lado, con la revolución industrial en Europa, se produjo un aumento de la producción y de la demanda de materias primas para la industrialización, para lo cual fue necesario provocar la apertura en los países compradores y obligar a los proveedores a hacer lo propio, eso sí, generando mayores beneficios en los países industrializados. Si los países proveedores de materias primas y compradores de productos manufacturados se negaban a hacerlo, teníamos la "diplomacia de las cañoneras", forma extrema de las políticas colonialistas de la época. Todo ello fue favorecido por las nuevas tecnologías del trasporte y la comunicación. Hasta ahí, algunas semejanzas con esta última globalización excepto en detalles como el abandono del patrón oro y una mayor belicosidad ahora. Hay, de todas maneras, una interesante lección en el análisis de aquella: La especialización en sectores primarios desindustrializan, empobrecen y hasta producen lo que llaman el "mal holandés", la profunda distorsión de la economía causada por la entrada masiva de "dinero fácil". La lección podría ser ésta: ¿tiene algo que ver con una economía basada en la construcción y el turismo?

Porque crisis las ha habido y la hay. Por eso es interesante el tercer libro, de Reinhart y Rogoff, Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad financiera, traducido el año pasado. Ocho siglos, efectivamente, de crisis financieras (se incluye el "mal holandés", que ahora amigos latinoamericanos como Alberto Acosta titulan La maldición de la abundancia), algunas locales, otras sistémicas, unas más duraderas que otras, pero todas con un elemento en común: los agentes económicos afirmaron, ante los anuncios de una posible crisis inminente, que "esa vez era diferente": habíamos aprendido, éramos más listos, habíamos estudiando los antecedentes (Bernanke), la situación era muy otra (Greenspan) etcétera.

Que vamos hacia alguna forma de "desglobalización" parece claro. Primero, porque para salvar a los náufragos importantes de la actual debacle (los bancos, las grandes empresas) hace falta el Estado, así que "menos mercado, más Estado" (que se lo digan a Bankia). Y, segundo, porque la nueva geopolítica implica reconstrucción de las fronteras que habíamos dicho quedaban "desmochadas". Lo más suave es el interés con que ahora se analizan, por parte de gobiernos conservadores, las propuestas otrora progresistas, como es el caso de la Tasa Tobin sobre las transacciones financieras. Lo intermedio es el más que evidente retorno del proteccionismo (no solo de las nacionalizaciones). La Organización Mundial del Comercio constata que las medidas proteccionistas iniciadas en 2011 habrían sido 340 por encima de las 220 puestas en práctica en 2010. Y lo extremo es que organizaciones supraestatales como la UE pueden venirse abajo a beneficio geopolítico de la Europa central.