Si algo sorprende -en términos valencianos- de la comparecencia de Rodrigo Rato ayer en el Congreso, además de no asumir ninguna culpa o responsabilidad, es la distancia sideral entre lo que afirmó ante los diputados sobre la situación contable de Bancaja en el momento de la fusión y las peleas internas que provocó al sentirse engañado por su correligionario José Luis Olivas. En los agónicos últimos meses de la entidad, Rato laminó a los directivos valencianos y la capacidad de la territorial para la concesión de créditos. Su desconfianza hacia todo lo que oliera a Valencia era absoluta. Además de dejar caer al Banco de Valencia, que no quiso recapitalizar, como confesó ayer, promovió después una auditoría, amparándose en el agujero de esta entidad, para reformular la participación de Bancaja en el grupo. Ayer, en el Congreso, sin embargo, aseguró que las pérdidas previstas tras la fusión en 2011 llegaban a 16.000 millones y solo 6.400 eran culpa de Bancaja, lo que indica, como era sabido, que la mayor parte correspondía a Caja Madrid. Además, afirmó que todo el equipo directivo se sintió "confortable" con aquella situación. ¿En qué quedamos entonces?

Ahora sería deseable que Olivas diera de una vez su versión sobre la crisis de Bankia. Todavía no le hemos oído ni una palabra al respecto. Sería interesante que explicara qué hacía el 2 de junio de 2010 -nueve días antes de anunciar la fusión con Caja Madrid- en el despacho del gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, y esperando a Rato, sobre todo si tenemos en cuenta que por aquellos días se ufanaba con que la caja valenciana se esperaría a una segunda oleada de fusiones para liderar una operación. ¿Ya sabía que estaba tan mal la entidad y fue a pedir una solución urgente al gobernador? Peor todavía: si, como dice Rato, el 2 de junio Ordóñez les "conminó a negociar" y nueve días más tarde hicieron público el acuerdo, ¿qué información manejaron sobre la salud de cada socio? Parece poco tiempo para madurar una operación de ese calibre.