No me estoy refiriendo al tiempo meteorológico con una ola de calor africano que nos entra detrás de otra. Hablo del clima social que se respira cada día y a cada hora por poco que una se asome a la vuelta de la esquina.

He acudido a presenciar la manifestación del jueves por la tarde en Alicante. No soy funcionaria, no vivo de un sueldo público pero todo lo público me afecta como a cualquier ciudadano.

No pude pasar de la Plaza de los Luceros. Atascada de gente, era imposible llegar hasta las escaleras del instituto Jorge Juan que era el sitio de inicio de la concentración. No me pareció una manifestación solo de indignados -a veces desde los puestos de mando se intenta descalificar este tipo de movilizaciones afirmando que son grupos marginales-. Vi a policías municipales -con la camisa verde y de cuadritos, aunque sin el resto del uniforme-, en un intento de dejar bien claro que eran policías quienes estaban allí. Vi muchos bomberos -funcionarios imprescindibles en situaciones límite- y vi a policías nacionales con banderas del SUP y de la CEP. Asombrada -no eran precisamente y solo administrativos- vi a muchas personas de la administración de justicia que también reclamaban una gestión distinta del problema económico que tenemos encima. Era la sociedad civil la que estaba en esa manifestación, la gente de la calle con mucha pancarta y mucha representación de la sanidad y la educación, dos pilares esenciales de cualquier grupo social que se precie de moderno, democrático y preocupado por el estatus de sus ciudadanos. Había -un detalle importante- madres y padres con sus hijos -muchos incluso en carritos de bebé- reclamando un futuro para ellos.

Había muchas pancartas insultantes para el Gobierno, para el presidente, para los ministros económicos, para los políticos que se sienten de otro planeta y no están afectados, en su bienestar, por los recortes. No hago mención expresa de esas pancartas porque el insulto personal es lo último en lo que se debe incurrir.

Llamaban la atención muchas pancartas que denotaban que los ciudadanos destilan su enfado con humor y el humor , es una forma de crítica mucho más corrosiva y contundente que el reproche serio y hasta jurídicamente argumentado. "No somos criminales, somos ciudadanos", decía una pancarta, reclamando la honradez de quienes se manifestaban contra la opinión de algunos mandones que pretenden estigmatizarlos como alborotadores sin fundamento. "Rajoy, o dimites tú o te echamos nosotros", un aviso que decía entre líneas que esos ciudadanos se están sintiendo engañados por un desarrollo político que no figuró en ningún momento en el programa electoral.

"Las próximas elecciones vota Alí Babá. Así sabrás que solo te roban cuarenta". Esta pancarta -parece humorística- yo la vi justamente como lo contrario: expresa una opinión demoledora acerca de la clase política y es sumamente peligrosa porque nos da a entender que los ciudadanos, eligen al político, conscientes de que van a ser robados. Eso es preocupante y exige una regeneración de la vida pública a la voz de ya.

Vi la calle hirviendo. Vi a la gente indignada. Me intenté situar como una observadora imparcial, como una mujer que -llegada del otro lado del mundo y sin conocer la realidad de este país- observa una manifestación popular y, por medio de ella, se hace una idea de cómo está el paño.

El Gobierno haría bien en dejar de lado cualquier postura prepotente -la que le da la mayoría absoluta que las urnas le han otorgado- y dialogar con los ciudadanos. La situación económica es nefasta, mucho más que delicada, pero no pueden pagar siempre y solo los mismos. Un ejemplo: hay funcionarios vagos, que están más tiempo de baja que trabajando, que no rinden ni la mitad de lo que cobran, pero hay otros que son ejemplos de entrega a la causa pública y al servicio del Estado. Conozco mas de un caso, funcionarios de primera espada que tras estar durante muchos años en cargos relevantes en primera línea, de repente pasan a ser un talento desaprovechado, y si me apuran machacado por los aparatos administrativos y partidistas. No se puede tratar a todos los servidores públicos con el mismo rasero porque se comete una tremenda injusticia. Es solo un ejemplo. En los tiempos convulsos en que andamos metidos, se impone la política fina, hay que operar con bisturí. Los funcionarios son mantenidos por el presupuesto público. Parece ser que lo que vale son los cursos y mas cursos con la finalidad de sumar puntos para concursos y promociones pero: ¿ Quién se preocupa de la Administración Pública? ¿Quién la dirige administrativamente? ¿Quién analiza la productividad de los funcionarios? Es hora ya de obtener datos e iniciar una reforma en vez de dar palos con hacha.