Mientras miles y miles de criaturas se echaban a la calle para hacerse fuertes al unísono, víctimas del agobio que a diario contrae sus pasos ante la falta de perspectivas y zaheridas p0r el desdén y la frialdad con la que dirigentes electos desangran a los que poca culpa tienen enfilándolos con sus decisiones hacia nadie sabe dónde, mientras el clima de angustia, digo, alcanza hasta a esa gran legión de yayos que después de toda una vida de machaque no tenía por qué volver a estas vainas con nuevas penas, pues, mientras todo ese caudal de energía se derrochaba a pecho descubierto entre mentes de todos los colores para intentar evitar la palidez mortecina, el presidente de las Cortes, monseñor Cotino, resucitó a Camps un año después de que se iniciara su calvario y, junto a otros barandas, se lo llevó de ejercicios espirituales a un monasterio de Xàbia para ver qué se puede hacer con la situación. En el arranque del encuentro, Cotino, que reivindicó el humanismo cristiano, faltaría más, abogó porque el mismo esté centrado en "el respeto a la dignidad humana, la ayuda mutua y la donación de sí por los otros". Por supuesto que el beato Camps tiene muchas cosas que decir en voz alta al respeto porque es de suponer de que de alguna de ellas, al menos, ya se habrá confesado. Contemplar a una monja dando la bienvenida sonriente y cobijando a uno de los responsables punteros de la deriva que tiene a tanta gente afligida sólo puede comprenderse desde la perpectiva de quien vive fuera del mundanal ruido. La presencia del cardenal Cañizares, ya no tanto, aunque sorprendentemente no se hiciera acompañar en esta ocasión de Zapatero, ese angelito. De semejante cumbre salió la necesidad de cambiar las actuales tendencias. Tremendo. Si, materialmente, el panorama no da mucho de sí, en lo que al componente espiritual se refiere, se le ve mucho mejor que a la prima de riesgo.