Nos hallamos ante la más cruda estafa política jamás vivida en estos años, desde la restauración democrática en España allá por el año 1977. Es evidente que la ciudadanía española, incluida parte de la conservadora, no da crédito a lo que estamos viviendo y a las medidas -sin miramiento en lo social, cual golpe bajo- que van a ser adoptadas. Todos los sectores se han visto aporreados por un Gobierno, bajo la égida del sostenella y no enmendalla -es la impresión que traslada-, que está dando palos de ciegos, en actitud continuadamente zigzagueante. Que no hay más ubre, por favor. La siembra de la desesperación es caldo de cultivo para los excesos. Y hemos de atemperarlo. Vemos estupefactos cómo un partido en el Gobierno de España hace todo lo contrario -en una pirueta jamás vista y oída, respecto de todas las políticas públicas pregonadas, pero es que de todas-, de lo que se había comprometido ante el electorado, lanzando a la sazón rayos de optimismo que fueron creídos. Pero, además, y es lo grave: en tiempo récord; en tan sólo 6 meses. Todo ha sido puesto patas arriba y el horizonte sobre cualquier atisbo de esperanza no pasa precisamente por lo que nos diga ya nuestro presidente. Los hechos son tozudos y la ciudadanía observa, analiza y padece en sus carnes la lacerante catarata de ajustes. La exclusión social está conviviendo ya con todos nosotros. Y da la impresión que se está obviando. ¿Cómo se le puede creer honestamente con todo lo dicho y afirmado, y ahora, por lo actuado? ¿Por qué no fue valiente ante la ciudadanía y esbozó el ramillete de medidas que tendría que adoptar irremisiblemente desde su perspectiva? ¿Por qué fueron ocultadas?

Lo triste y lo más lastimoso es el engaño, el ardid para ganar la confianza del ciudadano tras una situación de desnortamiento del partido socialista en el Gobierno de la nación, en su última etapa. Las hemerotecas - ¡válgame Dios!- es que son todo un poema en donde se retrata una palmaria verdad: que todo era mentira; que todo era fachada. La situación -como algo etéreo e irreconocible- es el excelso argumento sobre el que se autoprotege. Como si no supieran cuál era la "despiadada" (situación), por cuanto la gobernabilidad de las comunidades autónomas tenían, casi todas, policromía conservadora, y el exceso de déficit público provenía -y proviene- inexorablemente de ese ámbito territorial. Que se lo pregunten a los egregios mandatarios de nuestra Comunitat. Ahora, en reposición de acto y en ejercicio solidario (sic), las CC AA tienen que emplearse en el juego de la quemazón: afectar de nuevo servicios públicos esenciales como sanidad, educación y servicios sociales. ¿Es que, en verdad, quedan orificios en la correa del pantalón para estrechar aún más la dignidad de la ciudadanía? ¿Acaso es esta quien tiene que deglutir el desaguisado financiero? Repito una vez más: están haciendo desaparecer a la otrora extensa clase media.

De otra parte, el sentido de la responsabilidad del principal partido de la oposición no puede anular la esperanza de muchos ateridos ciudadanos para que se digan, con meridiana claridad, las "verdades del barquero"; con respeto, por supuesto, pero con firmeza y contundencia y para nada con tibieza. Está en juego, nada más y nada menos, que el modelo socio-constitucional que hemos construido durante más de 30 años, con sufrimiento, con lucha, con esfuerzo, con lágrimas.

Este era el mejor legado que íbamos a dejar a nuestros hijos. Digo bien: que íbamos a dejarles. Dice Mayor Zaragoza en su obra Los nudos gordianos (Círculo,1999), que "si el siglo XIX, con los hijos de la revolución francesa, fue el de la lucha por la libertad, en el siglo XXI la revolución pendiente es la solidaridad intelectual y moral", yo le añadiría también la material. Que no maten la esperanza. Que la ilusión, ¡venga ya!, remonte el vuelo.