En el momento de escribir este artículo me viene a la memoria la autobiografía de Robert Graves, titulada Goobye to All that (1929) en la que el poeta mezcla, en un tono un tanto amargo, retazos de su vida y experiencias personales en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Porque los centros de profesores, los conocidos en la jerga como CEFIREs, forman parte de la vida de la mayoría del profesorado no universitario y la desaparición de un número de ellos supone en cierto modo la muerte de una parte de quienes los vimos nacer en 1985.

Hasta esa fecha los modelos de intervención en la formación permanente del profesorado eran un erial o, si prefieren, una entelequia que se hacía realidad en el preciso instante en que el profesor concienciado costeaba de su bolsillo el curso que quería realizar. De Internet nadie había oído hablar; de hecho aún habrían de pasar diez años hasta que apareciera tímidamente en algunos centros. En las capitales de provincia extistían los ICEs, que de algún modo cubrían el vacío de la formación. Aún no se habían regulado la acreditación, valoración y reconocimiento de las actividades de formación permanente a efectos del complemento específico conocido como sexenio de formación y por tanto para la inmensa mayoría no tenía demasiado sentido la formación continua. Existía por otra parte una creencia bastante extendida, un acuerdo tácito, según el cual, aprobada la oposición uno se convertía en magister in aeternum secundum ordinem BOE, ya que por aquellas fechas el DOGV no había suplantado aún al diario oficial del Estado. No quiero decir con esto que no existieran posibilidades institucionales de formación, pero lo más seguro es que cuando tenías conocimiento de alguna, ya había extinguido el plazo para presentar la solicitud. Por supuesto que existían posibilidades de experimentación, de innovación pedagógica, de planes de reciclaje, de cursos de verano y de plazas de auxiliares de conversación en el extranjero, que no se parecían en nada a la sofisticada oferta educativa que más recientemente hemos conocido, pero todo estaba muy disperso, sin apenas publicidad y cada centro docente era un mundo.

El Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana se había aprobado por estas mismas fechas en 1982 y los traspasos de funciones y servicios de la Administración del Estado a la Comunidad Valenciana tendrían lugar el año siguiente. Unos detalles para recordar dónde estábamos: los institutos de Bachillerato públicos ascendían a 86 y los centros de formación profesional a 57. Las primeras oposiciones autonómicas tienen lugar en el verano de 1984. A partir de ese momento los dos tipos de centros mencionados empiezan a proliferar, lo mismo que las escuelas de idiomas, los conservatorios, los centros de educación especial, los colegios de Primaria, las escuelas de artes y oficios, etcétera. Había que regular la formación permanente del profesorado con la creación y puesta en funcionamiento de los centros de profesores y esto tiene lugar en nuestra autonomía en 1985 siendo conseller de Cultura, Educación y Ciencia Cebrià Císcar i Casaban. El curso 1985-1986 ve el nombramiento de los directores de los primeros centros, ubicados en Alcoy, Alicante, Castellón, Elche, Gandía, Moncada, Torrente y Valencia. Eran los primeros CEPs, luego CEFIREs. Veintisiete cursos después el número es muy superior, pero muchos de ellos acabarán su recorrido y dejarán de ofertar un servicio fundamental para el profesorado. Es la crónica de una muerte anunciada. Una crónica que escudándose en el "cambio de modelo", y seguramente presuponiendo que entre el profesorado se han extinguido los inmigrantes digitales, vaticina una futura formación permanente on line, como ya existe en determinados grados, másters, ciclos formativos y modalidades de bachillerato.

Quisiera terminar haciendo mías las palabras de Antonio Muñoz Molina y aplicándolas a los CEFIREs que desaparecerán: "Cuántas cosas se quedarán sin contar: cuántas historias que merecían ser sabidas y recordadas se perderán sin rastro. Con lo que sabemos construimos un relato completo del mundo sin que nos inquiete la conciencia, la magnitud de todo lo que se ha quedado fuera, las ciudades de las que no ha sobrevivido ni el nombre, los tesoros que permanecerán sepultados para siempre, debajo de la tierra o en el fondo del mar".

Sirvan estas líneas como homenaje a los CEFIREs que cerrarán si alguien no lo remedia, y a los profesores y profesoras que a lo largo de 27 cursos los dirigieron. En el caso de Alcoy fueron los siguientes: Francesc Ferrando i Sanjuán (1985-1986), Andrés Hervás Jiménez, Milagros Llorens Pascual, Carles María Masanet Terol, Juan Miguel Beneito Pérez, Begoña Vicent Pascual y José Juan Ens García (2002-2012).