L a recién terminada feria taurina de Hogueras deja muchas incógnitas y algunas tristes certezas. Desde el anuncio por parte de Iniciativas Taurinas Alicantinas de la programación para este año, ya se intuyó que aquello tenía todas las trazas de no funcionar. Combinaciones poco coherentes, fechas dejadas de la mano de carteles con rigor y cierto espíritu de dar por perdida la batalla antes de comenzada. En Alicante no es nuevo que el fútbol, ya sea en versión Eurocopa o Mundial, coincida en horario con los toros, y nunca resultó tan estrepitoso el fracaso. Y no vale echarle la culpa a la crisis. Hay que mirarse el ombligo y realizar la autocrítica necesaria para saber quiénes son los culpables de la desoladora imagen en los tendidos el día 24. Ha resultado el símbolo de la casi defunción de la gallina de los huevos de oro, que ahora los da de cemento. Anteriores empresas que ya rebajaron la calidad del cartel, una comisión taurina sin poder y sin criterio que aprueba combinaciones sin más, un ayuntamiento sin capacidad de reacción ni de adaptación a los tiempos... Entre todos la mataron y ella sola se murió, que se suele decir.

A la dejadez y desacierto en el boceto de la feria hay que añadir quizá lo más crudo: el juego y la presentación del ganado. Hay quien afirma que lo primero es algo impresivible, ciertamente, y se acude mucho al tópico de "los toros son como los melones". Hasta ahí se podría entender el desaguisado. Pero, ¿y el trapío? Los señores Mudarra y García se han chocado contra un sistema, el taurino, que tiene a nuestra plaza como un bombón en la temporada. Como ya dijera el maestro Lizón, Alicante es para los primeros del escalafón plaza de billete grande y toro chico. Bajo el marchamo de "toro de Alicante" se intenta pasar choto por toro, se extrema el peso por debajo hasta límites insospechados, llegando a desembarcarse una decena de astados que no dieron el mínimo legal en la báscula. Hasta lo de Cebada Gago, de más garantía a priori, incurrió en el mismo error. Y más allá del peso, por supuesto, el trapío, ese concepto que, para los neófitos, se podría explicar coloquialmente diciendo aquello de que un toro parezca un toro. El trapío es cuajo, es musculación, es pitones, es seriedad en la mirada, es apariencia de peligro, es culata, badana, riñones... Es muchas cosas y ninguna en particular. Pero todas se las han pasado por el forro. Y la soledad del presidente, al final, no puede luchar contra todo. Uno contra el mundo, guerra perdida.

Apoderados como Curro Vázquez o la casa Matilla, que llevan a Morante y Manzanares respectivamente, han tensado la cuerda demasiado. En el caso del mentor del de la Puebla, llegando a la mala educación y la chulería. Es su sello. Le llaman las "currovazcadas", de las que luego el señor se enorgullece. Ellos y sus pupilos, entre otros, son quienes dicen defender la fiesta, exigiendo el paso de las competencias taurinas al Ministerio de Cultura. Claro, porque el de Interior persigue a los delincuentes, a quienes pretenden saltarse la ley, a los "trepas", y con ellos es más difícil realizar abusos en los corrales para que sus toreros vayan cómodos. Aún así, acaban metiendo baza y ganando la batalla. ¿Se arreglaría algo suspendiendo alguno de estos festejos en los que el atropello resulta tan flagrante? Quién sabe. Este humilde servidor cree que no. El poder que tienen es demasiado. Solo habrá una consecuencia: el usía de turno será destituido por los políticos, porque tal escándalo no les beneficia en nada. Esos políticos que tienen que velar por nuestros intereses. Y otro vendrá que bueno le hará.

Hablar de resultados artísticos en esta feria resulta un esfuerzo ímprobo. A la buena tarde de Morante la echó abajo la maleducada actitud del torero despreciando al presidente y al público, lanzando de mala manera el trofeo otorgado. Los "gatos", señor Morante, para el toro. Y las gafas, quizá para leerse el reglamento y fijarse un punto en el ganado que lidió. Y el gesto de Perera, de torero macho. Y la actitud de David Mora, tan profesional. Y un poco el temple de Rubén Pinar. Y el debutante Borja Álvarez, ilusión en ristre. Y poco más. Ni Manzanares, ni Talavante, ni nadie más. Paupérrima nómina para este serial. Porque San Juan no se lo merece. Porque el público no se lo merece. Porque la fiesta no se lo merece.