Un viejo amigo (mayor que yo para más señas, colega desde hace mucho tiempo), católico practicante, militante desde tiempos del franquismo en el PSUC, el Partido Comunista Catalán que él siempre llamó PSU, profesional con el que he dado clases al alimón muchas veces en Barcelona, se entristecía pensando, antes de que se produjesen las últimas elecciones generales, que terminaría sus días bajo un gobierno del Partido Popular (eso sí: ni ocurrírsele votar por el PSC, claro). Su cálculo de politólogo era sencillo: conocía su esperanza de vida y comparaba esa probabilidad con la posibilidad de que el gobierno del PP que iba a salir de las urnas (y que salió) fuese suficientemente duradero como para superar su personal esperanza de vida. El gobierno del PP sobreviviría a mi amigo según él pensaba y eso era lo que le entristecía.

La parte central de su argumento es fácil de entender. Tenía, como implícito, su inveterado optimismo, a saber, que la crisis que acabó con tantos gobiernos europeos se terminaría y habría una recuperación que beneficiaría electoralmente al PP. Algo hay de eso hasta ahora: Zapatero comenzó con el final de una ola a favor y terminó con una tremenda ola a la contra, justo al revés que Rajoy que comenzó con una ola a la contra (la misma que Zapatero) y que, al decir de mi amigo, se encontraría con una ola favorable que le llevaría (a él y/o a su partido) a repetir triunfo electoral, aunque tal vez ya no con una mayoría absoluta.

Hay una posibilidad alternativa que, como pesimista inveterado, trasmito: la de que España, junto a los otros PIIGS o GIPSI de la periferia de la eurozona (en el caso de que ésta siga existiendo), acelere su situación de país en vías de subdesarrollo, en cuyo caso es muy arriesgado hacer previsiones dada la inestabilidad que trae consigo caer en la jerarquía del sistema mundial pasando de país central a país periférico. En ese caso, casi todo es posible. Pero, dejando de momento esta sombría hipótesis, el caso es que si hay recuperación, habrá, efectivamente, PP para rato, dándole así la razón a mi amigo, cosa que, supongo, no le hace ninguna gracia (ni su propia muerte -aunque sea católico ferviente- ni la duración del PP en el gobierno).

Pero es que, efectivamente, la recuperación puede venir incluso a plazo relativamente corto. Vaya por delante, por matizar, que la actual crisis de la deuda es, a pesar de las semejanzas, muy diferente a la que se produjo en América Latina en su día y que llevó al "corralito" argentino o al "feriado bancario" en Ecuador. La diferencia está en los acreedores que, entonces, eran únicamente bancos (con lo que solo había que contar con el Fondo Monetario Internacional y sus "condicionalidades") y, ahora, además de bancos, hay inversores, fondos soberanos, empresas dedicadas a ese casino y gobiernos implicados por tener también el euro como moneda propia. Y la deuda es pública y especialmente privada. Dicho lo cual, es pensable un cambio en el papel del Banco Central Europeo, nuevas formas de gestionar la deuda y alternativas a políticas "de obligado cumplimiento" dictadas desde fuera de la soberanía nacional (española, por supuesto).

Hay, fuera de especulación, más razones para pensar que mi amigo tiene razón. La primera y más evidente consiste en reconocer el cambio que las nuevas generaciones suponen para el electorado. Eso de que "de jóvenes, revolucionarios; de viejos, conservadores" es un mito de viejos. El hecho es que se da una fuerte presencia de conservadurismo entre los jóvenes aunque algunos de ellos estén "indignados". El problema es que, entre los no indignados, hay muchos con "miedo" y el miedo es un sentimiento que genera "virgencita, que me quede como estoy".

La segunda razón es el perceptible aislamiento al que el PP ha sometido al PSOE hasta hacerlo casi irrelevante, situación que viene agravada por peleas internas socialistas, comprensibles bajo el principio de que "cuando no hay harina, todo es mohína". Hace muchos años que, antes del aznarato y en una conferencia en sede del PSOE y bajo hegemonía socialista, aconsejé que siguiesen con atención lo que sucedía con el PRI mexicano. Si el caso del PRI sirviese para algo, el retorno que ahora se podría producir con Peña sería después de dos sexenios bajo el PAN conservador. En las Españas podrían ser más.

Vayan, pues, cambiando de chaqueta los que todavía no lo hayan hecho y acudan en socorro del vencedor, como es natural.