Sesión doble en el Club, al que acude medio Consell por la sencilla razón de que muy entero no es que esté. Aún se mantienen frescas las imágenes del titular de Sanidad pidiendo perdón a su entrada al Hospital General de Alicante "por los problemas que está teniendo la sociedad", advirtiendo que no está loco y pidiendo a los allí reunidos que se pusieran en su piel. Después de mucho intentarlo todavía ignoro para qué se personó Rosado en el centro aunque, por los síntomas, lo más lógico es que fuera a ingresar. De hecho, no formó parte ayer de la comitiva gubernamental a pesar de ser de la tierra. Entre otros ediles significados de la provincia, la alcaldesa Castedo sí acudió para hacer los honores al conferenciante después de su estrellato en el certamen cinematográfico local en el que su director, que le debe el puesto a quien se lo debe, tuvo el atrevido gesto de llamarla Princesa del festival. Es posible que, de mantenerse el invento, repita el hombre. Quien no repitió compañía fue Sonia. Pensé que igual estaría acompañada de Ángela Molina y que querría exhibirla aprovechando lo radiante y encantadora que se mostró la musa de Buñuel. Hubiese sido un puntazo ver acercarse a una Molina hasta las inmediaciones del ministro Soria temiendo éste que pudiera marcarse en su presencia el Yo soy minero. En este ambiente pinturero cogió el relevo en la sala el que faltaba. Inocencio Arias presentó su libro Los presidentes y la diplomacia. Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero. Aunque al más polifacético de nuestros diplomáticos y menos diplomático de nuestros hombres orquesta le parece que a Felipe González se le dio bien la política exterior, algún que otro conspicuo observador detectó, en la portada del volumen, que la imagen avejentada del sevillano es la única que no se corresponde con la época en que gobernó. Suárez, Calvo-Sotelo y Aznar aparecen resplandecientes y Zapatero, consumido, que es como estaba. Rajoy no sale. En este apartado, al menos, es fiel a la historia.