La alcaldesa de Elche ha tenido que dar marcha atrás esta semana. Quienes la conocen, quienes la sufren, saben lo duro que tiene que haber sido para ella. Los sapos y culebras que tiene que haber tragado. El recule fue provocado por la reacción popular que desencadenó la prohibición de tirar carretillas.

El fenómeno de las carretillas en Elche es complejo. Por un lado, es cierto que los caprichosos ingenios pirotécnicos machacan a los vecinos de las zonas acotadas. Es, igualmente, cierto que TVE, A3 Y Tele 5 se han acostumbrado a abrir sus escuálidos informativos de los tórridos catorces de agosto con el recuento de heridos -cabría hablar más propiamente de atendidos- de la turbulenta noche ilicitana de L'Albà. Pero, también es cierto que se trata de una tradición añeja de la ciudad, en la línea de las fiestas mediterráneas ligadas al fuego. En los años del franquismo había algún alcalde que prohibía las carretillas por la mañana y salía por la noche a tirarlas. Ante un problema complejo, alguien con la responsabilidad de gobernar tiene la obligación, al menos, de intentar una reflexión compleja. Hacer compatibles la protección de los vecinos y el derecho a la tradición. Acabar con la tradición, como decidió la Sra. Alonso, no es solucionar el problema. Es negarlo. Y envenenarlo. No es una decisión tomada con la cabeza. Es una decisión impelida por las vísceras. Y desde el desconocimiento y la insensibilidad hacia las tradiciones ilicitanas y hacia quienes las siguen.

Y ésta ha sido, fundamentalmente, la razón de la rebelión popular fulgurante y drástica. En tres días, diez mil rebeldes, cuando los carretilleros apenas alcanzan unos cientos, rugieron en el cibercampo de batalla. La negativa a aceptar decisiones caprichosas. Exhibiciones de ordeno y mando. Desprecio por la opinión social. Autoritarismo.

La valiente alcaldesa, tan asustada como encolerizada, ha tenido que recular. Ha sido el triunfo de la sociedad civil frente al capricho gobernante. Y, también, ha sido el triunfo de las nuevas tecnologías, de las redes sociales como instrumento eficacísimo de acción política. Ya ha habido ejemplos claros. El 11-15 M. La campaña de Obama. La primavera africana. Pero nunca había aparecido en Elche con rasgos tan definidos y semejante eficacia. Y no crean ustedes que no existe comparación posible. Les aseguro que desalojar a Gadafi del poder no es mucho más difícil que desalojar una decisión de la tozudez de esta alcaldesa. Le concedo, sin tapujos, ese valor.

Ahora bien, qué carrerón lleva. En unos días ha tenido que salir corriendo de las carretillas y claudicar de manera ominosa ante su partido y ante José Císcar, con quien osó competir en una decisión que dejó perplejos y aterrorizados a sus colaboradores y desternillados a sus rivales. De nuevo, una decisión tomada con las vísceras por la osada Alonso ha producido, como brillantes consecuencias, enfrentarla al número dos del Consell y número uno del PP provincial, que se la jure la cúpula de su partido en Valencia por haber roto la ensoñación de unidad que tanto había perseguido Fabra, poner a los suyos frente al paredón y, por supuesto, olvidarse uno por uno de todos los objetivos propuestos. Brillante. Marca de la casa. La explicación in extremis de que se retiraba por haber conseguido de Císcar el compromiso de cariñito para Elche resulta una excusa patética y ruborizante.

En el fondo uno piensa que esta alcaldesa se ha especializado en dar marcha atrás. En desdecirse. En ir contra ella misma. En poner lo que hace a trabajar contra lo que dice. Una desconcertante competición contra sí misma desde la campaña electoral hasta hoy. Dijo que no subiría al coche oficial y apenas se baja de él. Dijo que pondría taxis para el transporte de los núcleos rurales y ahí están los vecinos, muertos de risa y aquejados de decepción. Dijo que daría su sueldo a Cáritas y, tras un año, el único efecto detectable en la abnegada institución es que sus dirigentes se sitúan permanentemente al borde del infarto cada vez que alguien les pregunta por semejante broma - de "tontería" calificó la alcaldesa su estelar compromiso electoral-. Y que no subiría el Bus Lliure. Y no frivolizaré con su irresponsable promesa de acabar con el paro.

Rectificar es de sabios. Cambiar constantemente de criterio desde una posición de gobierno es sumir a los ciudadanos en el más absoluto desconcierto. Desdecirse es ausencia de criterio. E incumplir los compromisos empeñados, una inmoralidad. Toda una exhibición del dudoso arte de la marcha atrás.