Nos enseña la historia contemporánea qua a los hundimientos de los sistemas democráticos les precede siempre el descrédito del Parlamento. Es normal que así sea: si la ciudadanía no aprecia que su representación entiende y atiende sus problemas, le retirará, en todo o en parte, su aprecio. Pero el descrédito también puede estar programado, difundido por los que viven la democracia como una pena o como un mal menor. Quizá no sean de ideas dictatoriales, pero en esta fase del capitalismo vamos a encontrar muchos cernícalos que piensan que cuanto menos institución, cuanta menos transparencia, cuanto menos control, cuanta menos deliberación, mucho mejor. Porque todo eso son obstáculos a una presunta eficacia que requiere de la ignorancia de la ciudadanía tanto como de la prepotencia de los poderosos. Por eso me siento confundido y preocupado ante muchos fenómenos que estos días vivimos.

Sea el primero la mezquindad moral y política que el President de les Corts Valencianes y, en definitiva, el PP, están mostrando al no haber amparado con rotundidad y sin mácula de duda a la diputada Mireia Mollá, tras las escuchas en que unos granujas hablan de violarla. Ante esto un Presidente parlamentario debería correr a manifestar algo más que la solidaridad con la agredida: debería apresurarse a restablecer la dignidad herida de la Cámara y, con ella, la de sus representados. Yo me siento amenazado cuando escucho que alguien amenaza a un/a representante. Cotino, aunque luego hubiera tenido que ir a urgencias con el estómago perforado, debería haber dicho "Yo también soy Mireia Mollá". En lugar de ello se esconde en argumentos leguleyos que le convierten en un Presidente impresentable, machista y cobarde. Y Fabra, Presidente de su partido, sigue repitiendo como un mantra lo de la presunción de inocencia para no cesar a Blasco. Lo que le hace, en este caso, tan culpable como Cotino. Un asco, una vergüenza.

¿Pero qué decir de la negativa del PP a convocar una Comisión de Investigación sobre Bankia o, mejor, sobre las locuras de la banca española? (También es extraña la duda ceremonial del PSOE). Si lo que pasa no justifica una de esas Comisiones, ¿qué lo justifica? Y que el extinto Gobernador del Banco de España venga a decir que tampoco en sede parlamentaria hablará porque el Gobierno se lo pide, es más de lo mismo. Y Gallardón indica que el PP veta la comparecencia del sacrosantísimo Dívar porque el Parlamento sólo controla al Gobierno. Lo que es falso y muchos ejemplos hay de comparecencias de personas que no pertenecen al Gobierno y así ha sido avalado por el TC. Porque una cosa es la separación de poderes -que impide a las Cortes revocar una sentencia o remover a un juez- y otra que el soberano no tenga derecho a conocer lo qué pasa con el órgano de gobierno -no jurisdiccional- del Poder Judicial que, precisamente, está arrastrando el prestigio de la Justicia. Si a ello sumamos el establecimiento de la práctica perversa de aprobar cualquier cuestión de calado político por Decretos, que están pensados constitucionalmente para situaciones de "extraordinaria y urgente necesidad" y que castran el debate parlamentario, podemos concluir que el PP está protagonizando un peligrosísimo asalto al Parlamento.

Todo ello está siendo falazmente justificado con argumentos como la prudencia o la necesidad de ofrecer una imagen de confianza. Pero nada hay más imprudente, nada debilita más la imagen del estado español en las relaciones con sus socios que este minado de la institución parlamentaria. Y nada alienta más el enfado. Un 90% de españoles/as opina que la situación económica es mala o muy mala, o sea, que sabemos que entre nosotros hay un 10% de imbéciles o/y canallas. A ese 10% quizá sea preciso mantenerles anestesiados, pero a la inmensa mayoría ya no nos valen los cuentos chinos: Dívar, los bancos y sus dirigentes se han desprestigiado solos, sin necesidad de luz y taquígrafos.

Y en esas que un voluntarioso senador entra en la Cámara con un simbólico casco de minero para entregarlo al Presidente del Gobierno. Nunca lo hubiera hecho, pues cautivo y descascado por los escoltas, se ha ganado además un rapapolvo del Presidente de la utilísima Cámara Alta. No sé que se temían, cuando lo menos que van a tener que hacer los parlamentarios de la oposición es ir a sus escaños con casco. Los bancos del Primer Ministro y del líder de la leal oposición, en la británica Cámara de los Comunes, están separados por la distancia de dos espadas; herencia del pasado, no fuera a ser cosa que el fragor del debate les llevara a desenvainar. Con más sensatez, desde algún tiempo después, los comunes cuentan en sus armarios con un lazo de seda del que colgar su espada. Mejor dejarla fuera, claro. Lo malo es que ahora tenemos la sensación de que sólo unos tienen derecho a blandir el sable, el de los recortes y el que hiere sin misericordia a la propia institución parlamentaria.