Vivimos una avalancha de protestas por los recortes que debido a las reformas puestas en marcha están incidiendo en la calidad de vida del ciudadano español. Cuando no protestan y se movilizan profesorado y alumnado, son los facultativos y personal sanitario o auxiliar del sistema de salud. También mineros de las cuencas astures, leonesas o palentinas hacen lo propio viendo que se van a quedar sin las necesarias subvenciones.

Salen a la calle los afectados u organizaciones que les representan por recortes presupuestarios en el capítulo de la dependencia. Alzan sus voces los farmacéuticos amenazando con huelgas, que más bien sería lockout o cierre patronal dado las características del negocio. Funcionarios, empleados públicos, empleados por cuenta ajena, trabajadores en general y colectivos afectados por las medidas llevadas a cabo en estos últimos seis meses por el ejecutivo de Rajoy, coordinados y respaldados por la totalidad de las organizaciones sindicales a las que se suman infinidad de asociaciones y colectivos, se unen en la reclamación de sus restringidos derechos o de sus recortadas remuneraciones, tomando la calle en movilizaciones multitudinarias.

Dentro del caos en que se ha convertido la vida político, social y económica española en los últimos tiempos, bien está que cada cual intente con todo el derecho, razones de todo tipo les asisten, conservar lo que tiene, ya sea puesto de trabajo o educación y sanidad como las que han venido disfrutando desde que nuestro país recuperó las libertades y se conformó en estado democrático.

Pero alrededor de todo este embrollo que se ha convertido nuestro día a día, ¿quiénes se preocupan, más allá de cada principio de mes cuando nos trasladan las mareantes cifras de parados, que sin duda son los que más sufren las vicisitudes de esta crisis que no cesa?, la respuesta no es otra que colectivamente nadie. Si bien familiarmente todos tenemos casos cercanos en los que echar una mano, ayudando a soportar tal situación, lo cierto es que el parado sigue siendo postergado no sólo por los gobiernos de turno, sino también por las organizaciones sindicales y la profusión de colectivos que se movilizan en pro de la defensa de sus derechos. Todavía estar por ver una gran manifestación, que promovida por los sindicatos tenga como lemas el apoyo unánime a ese inmenso colectivo, que además sufre en sus carnes los mismos recortes que el común de los mortales.

Aun con el consuelo de las recientes cifras de Mayo, 30.000 desempleados menos, debido al llamado trabajo estacional, la realidad va más allá de estas consoladoras cifras; la próxima EPA pondrá lamentablemente a todos en su sitio. Como cada primero de mes, cada fin de trimestre al constatar el progresivo incremento del número de parados que nos ofrecen los datos de la encuesta del INE, que como maldita plaga bíblica va extendiéndose por la piel de toro, puntualmente nos acordamos de ellos.

¿Igualmente, qué es de esas familias que además, rizando el rizo de lo imposible, de lo irrazonable, de lo inaceptable, tienen a todos sus miembros sin trabajo, alcanzando la angustiosa cifra de más de millón setecientos mil? Además de una respuesta, necesitan amparo colectivo, una especial dedicación solidaria, y empatía cotidiana, que no ocasional.

Mientras asistimos al rescate de entidades financieras, ¿quién plantea un plan de rescate del desempleo?

Debiéramos luchar contra la impasibilidad cuando las desconsoladoras cifras les abocan a cruzar el umbral de la pobreza, de no poner todo nuestro empeño en rescatarles de su agónica situación.

No son números, son personas clamando a nuestra vera, no les hagamos oídos sordos, no hagamos elusión de responsabilidades. La calidad de vida empieza por el trabajo. El bienestar también.