La Universidad Permanente de la UA es un ejemplo para todos, un ejemplo de que el conocimiento y el aprendizaje no solo están al servicio de su utilidad inmediata medida en términos de eficacia económica, sino que cumplen una función tan consustancial al ser humano, como es su desarrollo personal e intelectual. Y esa función que realiza la Universidad Permanente sobre unos mil cuatrocientos de nuestros mayores es, de este modo, no solo positiva y una deuda que hemos de satisfacer a quienes han pagado con su juventud, ya abandonada, nuestro mejor presente. Es un deber con quienes usamos como padres y abuelos, sin nada a cambio, a quienes tenemos la obligación de amar, de comprender en su realidad, que agota poco a poco la llama de la fuerza. Cuando el envejecimiento aparece en el horizonte y acecha con mermas intelectuales y físicas, han de ponerse los remedios y apoyos adecuados y uno de ellos es la Universidad Permanente.

Pero, no solo se trata de una deuda moral y ética. Es que nos dan un ejemplo notable de interés, de esfuerzo, de ansia de aprender, de experiencia. Qué diferencia entre ellos y los jóvenes alumnos que parecen ancianos cuando se les compara. Ellos demuestran, porque la vida no les fue fácil, que las cosas deben valorarse, que no se regalan y han tomado su Universidad como algo propio y sentido.

Asisten a clase de forma ordinaria y solo la enfermedad grave es motivo de abandono. Intervienen con una libertad que ellos no tuvieron, pero que han aprehendido como un bien apreciable e irrenunciable. Se asombran ante la historia, la geografía, el arte, sin reducirlas a una materia a aprobar, sino viviéndolas con un espíritu abierto y pleno. Viajan, dialogan, discuten con un sentido común y una fuerza del alma, que ya quisiéramos los hijos de la prosperidad tener en una pequeña parte.

Han dignificado la Universidad y ésta tiene en ellos lo mejor, lo más florido, lo más destacado, lo más digno de protección. Ya sé que no reciben un título oficial. Pero, son merecedores del mejor de ellos, el que se gana y se ostenta con orgullo.

Pero, les han abandonado. Bancaja ha reducido la ayuda en buena medida. La Universidad igual. La Generalitat no les paga. El Ayuntamiento se ha desentendido. Abandonados en buena parte mientras les gravamos con más impuestos y tasas, con más obligaciones familiares, cuidando hijos y nietos en paro con pensiones de miseria y en silencio. Vergüenza deben sentir sentir quienes así se comportan; vergüenza, estupidez y ceguera, pues como dice Serrat, "todos llevamos un viejo encima". Y más pronto que tarde.

Hoy hay en España más de siete millones de personas mayores de sesenta y cinco años, a los cuales se presta una escasa dedicación social. La Universidad Permanente es una vía adecuada para mantener la mente abierta, viva, para integrarse en la sociedad y abandonar la soledad que suele acompañar a la vejez, para adaptarse a las nuevas tecnologías y conocerlas y de este modo aproximarse a los más jóvenes, para evitar enfermedades que acompañan al olvido. Por eso, no solo deben promoverse aquellos estudios que se vinculen directamente con la productividad económica, pues el ser humano no es un dato contable, un simple elemento cuantitativo. Debemos proteger a nuestros mayores, devolverles algo de lo que nos dieron, especialmente a aquellos, muchos, de su generación que no pudieron, aunque hubieran llegado lejos, estudiar más allá de los cursos primarios, aquellos para los que la Universidad era un imposible, aquellos que bastante hicieron con sacar a su familia adelante en momentos traumáticos de la historia. Muchos de ellos guardan la memoria viva. El alumno de Alicante más longevo tiene noventa y dos años. Y va a clase y no pide ventajas por ello, y no pelea por un aprobado. Solo quiere aprender. Qué envidia.

Tengo experiencias cercanas de la Universidad Permanente y he visto sus resultados. He visto recuperar una vida, encontrarle sentido, un sentido crítico y abierto, una luz que inunda la mente y hace ver la amplitud de la existencia, un mundo grande y a la espera de ser conocido y vivido, en libros y pisando sus paisajes, calles, su historia y presente. Sin la Universidad Permanente muchos de nuestros mayores no serían lo que son, no podrían recuperar una buena parte de una vida a la que renunciaron contra su voluntad.

Tenemos una deuda con ellos. Pido al rector que salga hoy elegido que asuma este centro como algo especial, pues lo es, que se comprometa no solo en su supervivencia, sino también en su desarrollo y fortalecimiento. Que invierta aunque para ello haya de restar fondos a otras iniciativas. Que asuma ésta como algo que identifica a nuestra Universidad, que la hace más humana. Que la dignifica, que la hace hermosa y la belleza, la que no se mide en cánones caducos, es el motor de la vida, del equilibrio, de la paz interior.

Felicito a su directora la profesora Concha Bru, a todo el equipo humano de la Universidad Permanente y a su Asociación de Alumnos, con especial referencia a su presidenta María Luisa Mataix, ejemplos de esfuerzo y sensibilidad, así como de compromiso social. Con la mitad de su saber hacer, la Universidad sería mejor para todos.