Es inevitable el tópico; desde aquel 3 de marzo de 1972 han pasado cuarenta años y 55 días y, sin embargo, parece que fue ayer. Aquella noche primaveral se ponía en marcha un negocio puesto en pie con años de trabajo, muchos desvelos, obstáculos sin fin y el riesgo añadido de arrastrar a una familia hacia una aventura desconocida para todos . Esa noche los invitados ignoraban que estaban presenciando la primera singladura de una personal y, por si fuera poco, familiar aventura: un hotel de estructura diferente, sin puntos de referencia y en una ciudad industrial que apenas comenzaba a recibir turistas de pocas horas atraídos por el palmeral y su más clásico hito: el Huerto del Cura y su Palmera Imperial.

Mi anterior experiencia de 14 años en el sector del camping me había curtido en la psicología del turista y me había mostrado que el paisaje de Elche, el oasis del palmeral, deslumbraba y sorprendía a quienes sólo pretendían pasar una noche obligada en su ruta hacia Andalucía. Si me planteaba un envite de riesgo -un hotel en una ciudad alejada de un turismo vacacional y conocida sólo por su industria y su fútbol- necesitaba una baza y la tenía donde nací y viví, en el Palmeral.

No fue fácil plantear la partida. Mis hermanos adultos estaban en sus profesiones y los menores en sus estudios y yo les planteaba el envite de arriesgar el patrimonio familiar por una nueva andanza tan alejada de sus quehaceres y aficiones; a mi favor la experiencia del Camping El Palmeral, rentable pero diminuto, construido por mi padre, y el respaldo, tanto moral como económico, de mi madre que, rememorando lo que fue ilusión de su marido, apostó por el proyecto y creyó en mí. Gracias a su firmeza y a su empeño llegaría la adhesión familiar, especialmente la de Juan y Vicente que en aquellos momentos formaban, junto a mí, el bastión fiable de la matriarca. No recordar con emoción a los tres sería una ingratitud imperdonable.

Construir un hotel que se apartara de los monolíticos polidormitorios de las playas era inaudito en los años 60 y, materializar la idea en un hotel horizontal de habitaciones desparramadas por un huerto de palmeras, todo un reto. No existían los resorts actuales, ni los hoteles-cabaña del Caribe ni siquiera los escalonados hoteles de los campos de golf. Había que inventar todo y así lo hicimos. Los hermanos Martínez Blasco en las estructuras, Miguel y Chola Durán Loriga en las directrices de diseño y decoración, con Marisol como supervisora y consejera artística y yo mismo como paisajista completamos el equipo.

Fueron 2 años de sufrimiento y superación de retos pero al mismo tiempo años de aprendizaje y entusiasmo que sólo se entiende cuando un equipo tan dispar se convierte en un conjunto de amigos que haciendo camino van unificando criterios con una visión clara de adonde se dirigen y cuál es el destino de una obra.

En este caso no hubo una empresa constructora integrada por técnicos que nos diera a cada paso sus recetas o añadidos y al final los modificados. Aunque parezca inconcebible el hotel se hizo artesanalmente con un maestro de obras, Emilio, y cuatro o cinco albañiles del barrio.

Y cumplimos objetivos. Queríamos que el paisaje se respetara y se respetó, que las especies vegetales escondieran las construcciones integrando el blanco mediterráneo y así se hizo, y Miguel Durán, arquitecto y ceramista, impuso su obsesión de no hacer competencia a la naturaleza circundante y utilizar en exteriores sólo colores que emanaran del entorno natural : el amarillo -dátil para los revestimientos cerámicos, el anaranjado de los racimos para los metales y el marrón del tronco para cualquier detalle complementario en cerámica o madera de interiores. Y por encima de todo nunca utilizar cualquier verde que quitarían protagonismo a la propia naturaleza de las palmeras y de las plantas.

Por otra parte había otra consigna irrenunciable. Si el Hotel nacía en los 70 debía conservar su personalidad de aquellos años que anunciaban fuertes cambios en la sociedad. Los muebles, las lámparas, los sofás, los cuadros (siempre de autores vivos) hasta las camas, debían respetar la época en que el diseño refinado y exquisito, de verdaderos artistas, derivaba fuertemente a hacerse un hueco y participar en una sociedad más sensibilizada que ya avanzaba hacia el siglo XXI en el que el diseño sería fundamental .

Y empezó a rodar y con su andadura llegaron las preocupaciones. Los turistas no salían de sus playas y solo algún visitante del huerto-jardín daba un vistazo, tomaba un thé en la cafetería o solicitaba unos sándwiches en la piscina para justificar el baño gratuito.

Confieso mi sensación de fracaso y mi inmensa decepción. ¿Qué había fallado en el planteamiento?

Con los meses llegaron las reservas ¡..y mi asombro! Yo no había contado suficientemente con que mi ciudad podía aportar una cifra significativa de clienteS y ahora era ella la que estaba levantando poco a poco nuestra perspectiva. Las reservas llegaban y aumentaban por días pero no de los tour-operadores sino de los amigos, de los zapateros, de los industriales de mi pueblo.

Y es que Elche despegaba, los industriales del calzado viajaban, traían clientes, diseñadores, amigos y representantes y poco a poco el hotel derivaba hacia el mundo de los negocios, lo que confieso nunca entró en mis cálculos.

Durante años el Hotel se convirtió en semillero de entrevistas, citas de negocios, citas de amigos, comidas de familia, almuerzos institucionales o cierre de operaciones. Aquello suponía que los clientes de nuestros industriales eran nuestros mejores agentes propagadores de la marca. Venían de todo el mundo y nos pregonaban en cualquier lugar. La operación de márquetin no previsto era perfecta.

Mucha gente me recuerda con melancolía que aquella cafetería, ejemplo de la arquitectura de los años 70, supuso tertulias, citas e iniciación de amistades e inicio de relaciones sentimentales que un día acabaron en boda en el mismo hotel.

Por otra parte, la discoteca atrajo a los veinteañeros de entonces; los jóvenes se entusiasmaron con las músicas de moda, con las citas nocturnas y ya no era concebible una fiesta o un fin de año sin la participación obligada de "El aljibe".

En resumen: Elche nos consideró su hotel, parte de su patrimonio,y nosotros aprendimos la lección de que debíamos y podíamos contar con la ciudad como un colaborador inestimable. Para mi ciudad el agradecimiento de mi corazón queda raquítico pero con él quiero simbolizar mi gratitud infinita.

Han pasado cuarenta años para todos y también para el hotel. Son nuevos tiempos; me jubilé y nuevos gestores, con perspectivas y criterios muy diferentes, han cargado con las responsabilidad que un día me correspondió a mí. Me fui con esa íntima satisfacción que da la conciencia del deber cumplido.

Como final a este relato no puedo olvidar a los innumerables colaboradores, directivos y trabajadores, que durante tantos años colaboraron hombro con hombro a mi lado. Desde estas líneas les envío, estén donde estén, vivan o no, con mi agradecimiento un cordial y profundo abrazo. Sin ellos esta aventura nunca hubiese sido posible.