Estamos en plena contienda económica; es una batalla sin cuartel y bastante cruenta; los cadáveres que está dejando, y que dejará, son numerosos. No son cadáveres de ficción, sino reales; en Grecia y en Italia empiezan a quitarse la vida pretendiendo evitar una vida indigna. Los hay que, sin quitarse la vida físicamente, empiezan a saborear la indignidad al comenzar a vivir al borde de la pobreza y de la miseria. La estampa de abundantes mendigos en la calle va a empezar a ser habitual; ya lo veremos.

¿Cuál es esta lucha? No es otra que la de dos modelos económicos. Uno de ellos es el que hemos vivido hasta ahora, surgido después de la Segunda Guerra Mundial, en respuesta a la Gran Depresión de los años 1930, bajo la influencia del economista inglés John Maynard Keynes. Este modelo consistía en dotar a unas instituciones nacionales o internacionales de poder para controlar la economía en las épocas de recesión o crisis. Este control se ejercía mediante el gasto presupuestario del Estado, política que se llamó política fiscal.

El liberalismo económico clásico, que es el modelo que describimos, supone que cuando se produce un bien se han producido también los medios para su compra (en la medida en que para producirlo se ha gastado dinero, ya sea en inversiones de capital, compra de materias primas, sueldos, etcétera). Sugiere que para fomentar crecimiento económico hay que fomentar la producción: a más producción, más dinero, más compras, etcétera. Así, a largo plazo, no solo todo lo que se produce es lo mismo que todo lo que se compra, sino que todos están interesados en que el sistema funcione a máxima capacidad (se logra un equilibrio entre la producción y la demanda agregada que tiende al máximo uso de los recursos económicos, incluyendo el pleno empleo). En esa situación, lo racional es utilizar inmediatamente cualquier ingreso, dado que mantener dinero sin uso no produce beneficios. En resumen, más producción, más consumo, mayores recursos económicos (propios o adquiridos por préstamos).

Pero mientras dominaba el keynesianismo en la economía global, otro economista muy influyente, Milton Friedman, proponía un modelo económico basado en principios prácticamente opuestos a los de Keynes ?un modelo que forma la base de lo que ahora se llama el neoliberalismo-. Friedman propuso que el Estado no interviniera casi nada en la economía nacional es decir, que el control de la economía estuviera en manos del capital privado y no en manos del Estado. Criticaba los gobiernos nacionales por sus burocracias enormes e ineficientes que impedían el funcionamiento óptimo del mercado. Como asesor a los presidentes norteamericanos Richard Nixon y Ronald Reagan, llegó a tener una influencia decisiva sobre la estructuración de la economía global. Reagan y Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido, llevaron las teorías económicas de Friedman a la práctica. Con el objetivo de permitir a las corporaciones e inversionistas operar libremente para maximizar sus ganancias en cualquier parte del mundo, estos dos mandatarios promovieron políticas de comercio libre, desregulación, privatización de empresas públicas, baja inflación, el movimiento libre de capital, y presupuestos equilibrados (se gasta lo que se recauda en impuestos).

El neoliberalismo llegó con fuerza a los países del sur con la crisis financiera de 1982; a México, con motivo de que ese país declaró a sus acreedores internacionales (incluyendo el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional) que ya no podía pagar sus deudas. Aprovechándose de la posición vulnerable de muchos países del Sur, el FMI y el Banco Mundial empezaron durante los 80 a obligar a los países pobres a hacer grandes cambios en las estructuras de sus economías. Estos cambios se llaman políticas de ajuste estructural y han traído consecuencias profundamente perjudiciales para millones de personas en los países afectados. Esta teoría, bastante dura, nos la están imponiendo en toda Europa y a la fuerza. Y como todo lo que es a la fuerza, tiene tintes bélicos y consecuencias reales desastrosas. Las estamos viviendo ahora.