Aquel 31 de julio de 1928 también estaba en Alicante Paolo Zonino. Tanto él, apodado "el hombre peonza", como Néstor López, mentado allende los mares como "el hombre mosca", llegaron a nuestra ciudad en unos días en los que una terrible ola de calor causaba más de un problema -y desgracia- entre los habitantes de la "terreta".

Del recuerdo del primero de ellos sólo nos quedan, desgraciadamente, unas breves reseñas en la prensa de la época. Se sabe, sin embargo, que fue brillante y febril bailarín, tan reputado y prestigioso como lo fue en otra disciplina muy diferente el segundo de nuestros protagonistas. Danzaba de una forma magistral, siempre en compañía de su esposa o una bella damisela, y aquellos movimientos rítmicos se alargaban horas y horas.... días y días. "Paolo comenzó a bailar a las diez en punto de anoche (sábado) con la señorita Pepita Igual, en el Central Cinema de Alicante". Jornadas después, el prestigioso doctor Santaolla le recomendó "una inyección que lo reanimara y fortaleciera", aunque Paolo la denegó pidiendo "el miércoles un poco de cafeína con agua de limón". Y allí anduvo el infeliz, pasodoble tras pasodoble, tango tras tango, luciendo palmito con un traje blanco y la bandera de Italia, mientras nuestra "partenaire" local procuraba no perder, sudorosa, el compás. No sabemos cuándo pararon -si acaso lo hicieron-, ni cuánta gente entró y salió del "Central Cinema" esperando "el emocionante momento de ver caer hecho caldo al bailarín". Sí conocemos, en cambio, que fue necesario sustituir en varias ocasiones a los músicos de la orquesta, incapaces de seguir al piano y al gramófono tan endiablado ritmo.

Mientras tanto, en el Hotel Pastor, Néstor López se preparaba para escalar, sin cuerdas ni arneses, uno de los edificios más emblemáticos de Alicante. Y quiso el destino, curioso y caprichoso donde los haya, que "el hombre mosca" sí pasara definitivamente a las brillantes páginas de nuestra historia más popular en detrimento del bailarín. ¿Quién no lo haría tras alzar los brazos en lo alto de la Casa Alberola?

Atildado, elegante y enjuto, Néstor era un acróbata portugués que gustaba oponer el poema de la existencia por encima de la prosa de la vida. "Con nueve años nadaba como pez en el agua por el Duero (...) Mi madre levantó un muro frente a nuestra casa de Oporto, que tenía que trepar cuando salía del río. Aquellos fueron mis comienzos como escalador". Con diez años, Néstor subía los pilares del Puente de San Luis sin cuerdas; con quince debutó como trapecista en el teatro; y con veinte fue instructor del Cuerpo de Bomberos. La fuerza contráctil de sus extremidades y su ausencia total de vértigo, le hizo escalar los edificios más altos de las grandes ciudades del mundo, "reuniendo en Madrid, París, Lisboa, Berlín o Bruselas, más de 500.000 almas enfervorecidas".

Su idea era ascender, en el atardecer del sábado 4 de agosto de 1928, por la fachada de nuestra Casa Lamaignere, brillante obra del arquitecto D. Juan VidalRamos. No obstante, una contraorden del Gobernador Civil, avalada por los propietarios de la vivienda "que deseaban evitar la interrupción del tráfico en las inmediaciones del Paseo de los Mártires" que a las 19:30 horas "era enorme", le obligó a trasladar su hazaña al edificio -también emblemático- de D. Enrique Alberola, sito en el Parque de Canalejas.

Y así ocurrió. Al día siguiente, al mismo tiempo que Paolo Zonino giraba y giraba sobre sus propios pies cuan trompo infantil, el "hombre mosca" escaló por la fachada de la Casa Alberola en solo integral, sin más herramientas que sus manos y sus pies, y "demostrando una gran serenidad y agilidad. Cualquier cosa era buena para que aquel hombre enteco, famélico y liviano, se agarrara en dirección a la cúspide".

Tuvieron que ser momentos imborrables para los miles de alicantinos que escrutaban su hazaña desde la Avenida del Doctor Ramón y Cajal, en impresionante silencio, temerosos ante la peligrosa exhibición de Néstor sin cuerdas ni redes protectoras. Y sólo al final, cuando gesticuló con ademanes triunfantes desde la azotea del edificio, prorrumpieron "en clamorosa ovación de gala".

Tres años después, un 8 de febrero de 1931 y ya con la estela del "hombre peonza" y el "hombre mosca" casi borrada, otro personaje, en este caso "araña", se alzaría de nuevo majestuoso por encima de nuestras cabezas. Y en aquella ocasión, Massa Vaz -también portugués- sí coronó a las doce de la mañana la cúpula imponente de la Casa Carbonell. "La araña se come a la mosca", anunció la prensa. Y quizá tuviera razón, porque de todos aquellos días en los que atrevidos acróbatas con nombre estrambóticos realizaban hazañas estrambóticas, sólo perpetuamos la que años más tarde quedaría plasmada en los cómics bajo el apelativo de "Spiderman".

No somos nadie.