Permítanme proponerles un pequeño ejercicio de ciencia ficción. Imagínense que, por algún extraño giro del destino o por algún error en las últimas elecciones, José Luis Rodríguez Zapatero sigue siendo el presidente del Gobierno español. Repasen el alud de acontecimientos negativos que ha sufrido el país a lo largo de las últimas semanas: persistencia en el aumento del número de desempleados, disparo de la prima de riesgo a niveles nunca conocidos, accidente del Rey en una cacería de lujo celebrada fuera de todo control oficial y para rematar la faena, nacionalización a las bravas de la filial argentina de Repsol. Cojan todo este material, mézclenlo bien mezclado, y calculen el furor de las soflamas que saldrían de los labios de los dirigentes de PP y de sus correspondientes terminales mediáticas. Sobre las cabezas de todos los españoles estaría cayendo en estos momentos un diluvio de metáforas apocalípticas y de insultos, en el que todos los argumentos caminarían en la misma dirección: denunciar la incompetencia de Gobierno y subrayar que su debilidad está situando a España en el escaparate del ridículo internacional.

Pues sí, todo esto está pasando y Zapatero no está. El PP basó su arrollador éxito electoral en un doble mensaje, simple pero efectivo. Por una parte, le vendió a la opinión pública el retrato de un ZP bobo, incompetente, débil y responsable de todos los males económicos que afectaban al país. Por la otra, ellos se ofrecían como única alternativa a una situación de crisis, envolviendo a Rajoy con el aura de los gobernantes serios y rigurosos, dispuestos a aplicar la mano dura, para que España recupere su prosperidad y su prestigio en el mundo. Al margen de estos razonamientos más o menos argumentados, el discurso de los populares contenía un elemento casi mágico en el que han creído millones de españoles: una vez desaparecido Zapatero, nuestras desgracias se iban a acabar de forma milagrosa.

Transcurridos unos meses de gobierno Rajoy, ha quedado demostrado que esto no era coser y cantar. Los problemas económicos siguen (incluso se acentúan) y, por si esto fuera poco, no tenemos a ZP para volcar nuestras iras. La retirada del vituperado político socialista ha dejado un hueco irremplazable en nuestros esquemas mentales, un enorme agujero que será muy difícil de llenar.

Por fortuna para todos, se está produciendo en las últimas semanas un fenómeno que está llamado a acabar rápidamente con esta insoportable situación de orfandad. Si ustedes analizan bien los últimos telediarios y miran con detalle el rostro de Rajoy, comprobarán que el político gallego está entrando poco a poco en un proceso de "zapaterización". El flamante presidente de Gobierno empieza a tener esa helada mueca de estupor y pánico con la que ZP coronó su carrera política, mientras el país se derrumbaba a sus pies. Es el gesto perplejo de un hombre que está recibiendo bofetadas desde todos los lados, sin saber quién se las da, ni por qué se las dan.

Así pues, no desmayen. Pronto tendremos un nuevo espantajo político sobre el que proyectar nuestro sideral cabreo y nuestras peores frustraciones. Esta terrible e inexplicable crisis económica devora gobiernos a la velocidad de la luz.