El Nobel de economía Paul Krugman viene hablando del hada de la confianza, desde hace tiempo. Lo hace para ridiculizar las propuestas de política económica de los conservadores. Según éstos, la reducción al mínimo del gasto público y el equilibrio de las cuentas públicas, lo que ahora se llama de manera eufemística la "consolidación fiscal", nos llevaría a conseguir la confianza de los mercados y, consiguientemente, la normalización de las funciones de crédito e inversión que constituyen la razón de ser de esos tan temidos mercados. Suponen los conservadores que, si gasta poco y no incrementa su deuda, el Estado estará en condiciones de devolver los préstamos que tiene pendientes, lo que transmitirá seguridad a los que prestan el dinero. Sintiéndose seguros, los mercados facilitarán créditos baratos al país, haciendo funcionar la economía gracias al lubricante que supone la financiación. Este es, en pocas palabras, el hada de la confianza que acude al conjuro de la austeridad y los recortes, como por arte de magia.

El problema es que la magia no existe. Existe la ideología que, generalmente, responde a la defensa de intereses concretos. Como a ninguno de los que se encienden defendiendo la consolidación fiscal se le ocurre jugar con la posibilidad de subir impuestos de manera efectiva a aquellos que, de verdad, podrían pagar de forma destacada, no queda más remedio que concluir que se trata, como es obvio, de recortar gastos. Ya lo estamos viendo. Detrás de la aparentemente inocua propuesta de consolidación fiscal hay una voluntad deliberada de limitar el efecto redistribuidor del Estado. ¡Esto sí es política, con mayúsculas! Pocas cosas hay que tengan más contenido político que la decisión de cómo se reparte la riqueza que se genera en una sociedad concreta. Esto no es una decisión técnica de carácter neutral. Es una decisión política de hondo calado y largo alcance.

Viene esto al caso de las peripecias del Gobierno de Rajoy, en los meses que lleva al frente del Gobierno. La solución de todos los problemas de nuestro país pasaba por la victoria electoral del PP que, de manera inmediata, haría aparecer el hada de la confianza para poner a los mercados al servicio de los intereses de España. Creían o querían hacer creer, que con su palabra de gobierno conservador, amigo de los que tienen sus intereses en los mercados y con su mayoría absoluta que les libraba de hipotecas políticas, sería suficiente para que se relajaran las exigencias de los mercados internacionales para con España. No ha sido así, como hemos tenido ocasión de comprobar. Las fluctuaciones a la baja de la prima de riesgo, que con tanto alborozo fueron recibidas en los medios de la derecha, tuvieron que ver con las sucesivas inyecciones de dinero del Banco Central Europeo (BCE) y con sus programas de financiación a tres años. Terminadas las operaciones de "barra libre", como llaman los expertos a esta manera de facilitar dinero del BCE, los mercados han dejado de reconocer a "los amigos", las dificultades han vuelto por donde solían y la prima de riesgo a dispararse. El miércoles tuvo que aparecer, de nuevo, el BCE para frenar la escalada de la presión. Ni la palabra de Rajoy, ni su mayoría absoluta, ni la brutal reforma laboral, ni los recortes, ni los anuncios de más recortes han servido para rebajar las tensiones sobre la deuda española. Es decir: sin la intervención del BCE no hay confianza que valga, lo que es tanto como identificar dónde está el meollo del problema.

Pero Rajoy no quiere afrontar la necesidad de plantear una política activa en Europa que propicie un debate sobre las consecuencias de la obsesión por una desorbitada "consolidación fiscal". Es más que evidente que el exceso de recortes, con su corolario de menos inversión y menos consumo, sobre una economía en recesión, nos puede hundir en un pozo del que costará mucho salir. Hasta los llamados mercados parecen hoy más preocupados por nuestras pocas expectativas de crecimiento y, por tanto, por la capacidad de pagar nuestras deudas que por el volumen de nuestro déficit. Da igual. Nada consigue rebajar la inclinación hacia el recorte de nuestro gobierno. Algunos piensan que la arrogancia que, en España, le lleva a desdeñar el diálogo con la oposición, al amparo de su mayoría absoluta, se trastoca en sumisión cuando oye un susurro de la institutriz alemana que vigila nuestra buena educación económica. Yo creo que hay algo más.

La crisis es una buena escusa para meter en cintura lo que los conservadores califican como excesos del Estado el bienestar. Es verdad que el exceso en los recortes hará que tardemos más en salir de la crisis lo que, a corto plazo, perjudica a casi todos. Sin embargo, la rebaja en los salarios y en el nivel de las prestaciones sociales públicas hace que el reparto de la renta y la riqueza se desequilibre en perjuicio de una amplísima gama de grupos sociales. Cuando vuelva el crecimiento, que volverá algún día, no se restablecerá la situación anterior a la crisis. Se generará más riqueza pero las reglas del reparto serán las que se están estableciendo ahora, a partir de los recortes. Eso es lo que busca la derecha, aquí y en Alemania.

Lo del hada de la confianza no se lo cree nadie y lo de que la política desaforada de recortes nos va a sacar antes de la crisis, tampoco. Lo saben de sobra en el PP y en el gobierno. Ahora bien, si consiguen eliminar la capacidad redistributiva del Estado, tendrán una victoria por la que llevan peleando desde los tiempos de Reagan y Thatcher. Y si, de paso, se llevan por delante el Estado de las autonomías y volvemos al centralismo carpetovetónico, mejor que mejor.