Las asociaciones de ateos han insistido este año en su intención de zaherir a los católicos bajo la excusa, legítima sin duda, de oponerse a lo que entienden como privilegios económicos de la Iglesia. Otra vez, como el año pasado, han reiterado su petición de manifestarse en Madrid el día de Jueves Santo. He esperado a que pase la Semana Santa para escribir estas líneas para no introducir en ella elementos de disputa, pero, una vez terminada, no me resisto a exponer mis pensamientos.

Respeto sus opiniones, así como a su derecho a manifestarse en favor de lo que consideren oportuno. Pero, que la convocatoria fuera en Jueves Santo, día especialmente importante para los católicos, demostraba sin muchos esfuerzos intelectuales que tras sus ideas pretendidamente ordenadas a la libertad y a la defensa de sus posturas, se escondía la pretensión, menos comprensible, de atentar contra los sentimientos ajenos o, al menos, que no les importaba hacerlo. La intolerancia no puede disfrazarse con expresiones ambiguas y con un anticlericalismo rancio vestido de racionalidad con vocación de absolutismo, que demuestra con gestos excluyentes que en nada se diferencian de la radicalidad propia de nuestro malhadado Estado nacional-católico que muchos creíamos superado y sustituido por el respeto mutuo. Que el año pasado quisieran llevar pasos alternativos en los cuales se insultaba a la Virgen, al Papa, a la Iglesia, ha estado en la base de la decisión del TSJ de prohibirla, con base en el Código Penal, pues la ofensa a los sentimientos religiosos es delito, guste o no guste y es derecho vigente, que obliga a católicos y a ateos.

El Jueves Santo es un día importante para los católicos que formamos parte indisoluble de la Iglesia porque nos da la gana, sin que nadie nos obligue, con plena libertad y conciencia de hacerlo, sin vergüenza alguna, sin ocultarnos y aceptando los defectos de toda obra en la que intervienen seres humanos. Que alguien opte por el ateísmo es respetable, pero ello no le concede una posición de superioridad, de inteligencia o de evolución cognoscitiva más elevada. Afirmaban en su petición que querían con su manifestación educarnos en la racionalidad y la crítica, es decir, se elevaban en su condición de modelos y nos ninguneaban como supuestos incultos, irracionales necesitados de formación y educación. Y ellos los maestros.

El fanatismo es desprecio a los demás y se manifiesta en la desconsideración hacia las creencias ajenas, en la suposición de estar en posesión de una verdad que se reclama absoluta y excluyente más allá de la fortaleza lógica que imprimen las propias convicciones. Tanto tirano de las ideas me produce hilaridad y más quien se atribuye una cierta condescendencia que se manifiesta en una comprensión magnánima hacia quienes profesamos una fe, que no es ignorancia cuando se asume como tal, que los que se creen superiores califican de error magnífico. No me conformo con esa comprensión soberbia o con la tolerancia displicente, sino que demando respeto y eso pasa por asumir la importancia de mis festividades. Días hay muchos y celebrar una manifestación -realmente contramanifestación pues se hace contra algo-, anticatólica en Jueves Santo es demostración de un anticlericalismo que no es laicismo, sino exceso de celo.

Ahora bien y dicho esto, a pesar de que el Código Penal avalaba la prohibición, yo la hubiera autorizado, aunque fuera en día tan poco propicio. Defenderé siempre su libertad y me opondré a que les prohíban lo que ellos quieren hacer conmigo, pues su insistencia obsesiva en suprimir la Semana Santa llega casi al paroxismo. Al fin y al cabo, solo se trata de expresar diversas formas de pensar que no nos separan tanto en la forma de vivir de unos y otros. Su falta de sensibilidad es cosa que ellos deben valorar convenientemente.

Pero, bien podría suceder que mañana otros convocaran actos similares en días pretendidamente reivindicativos de opciones que ahora se presentan socialmente tan absolutas como otrora se hacía con la religión. Lo mismo, similares argumentos, aunque quienes los sostienen se sientan legitimados para arrumbar al que consideran adversario y al que en su aureola disfrazada de certeza, entienden que debe tolerar sumisamente cualquier tipo de ataque ante sus superiores concepciones vitales. Ni siquiera permiten el derecho a equivocarse quienes tan absolutamente se consideran investidos de su verdad superior. Si estoy equivocado, déjenme estarlo. Tengo derecho a ello, tanto como ustedes cuyo error o acierto ni siquiera valoro.

Derecho tienen a oponerse a que la Iglesia tenga privilegios, pero, a su vez, por coherencia, deberían pedir que se suprimieran todas las subvenciones a asociaciones privadas que deben mantenerse también con los fondos propios de quienes las quieran hacer eficaces. Porque, negarlas a las ideas religiosas y permitirlas a otras inquietudes militantes solo por la cobertura pretendidamente universal que se les otorga, merece explicaciones que no ofrecen.

Claro que la manifestación atea en Jueves Santo es un ataque a los católicos. Tanto que ha sido calificada de "procesión" alternativa. Teniendo en cuenta que procesión es, ordinariamente, un desfile religioso, pedir una manifestación atea, no religiosa, en fecha tan procesional se convierte, directamente en un acto alternativo y paralelo, contrario a las manifestaciones públicas religiosas que, no se olvide, además de ese componente, tienen en España otro cultural y tradicional. Quieren, pues, que la Semana Santa pase al olvido en un exceso de laicismo que es tan extralimitado, que confunde separación de Iglesia y Estado con prohibición de las creencias, aunque solo lo hagan con las católicas.