Gallardón ha anticipado su personal sentencia en el recurso de inconstitucionalidad promovido por el PP contra el matrimonio homosexual. Al gobierno del que forma parte le ha faltado tiempo para desmarcarse y reducir a "ocurrencia" personal un juicio tan categórico como el de no apreciar inconstitucionalidad en el citado matrimonio, sin merma del respeto de lo que en su día dictamine el Constitucional y el consecuente acatamiento por el gabinete de Rajoy. Observando lo que se observa en la alta magistratura del estado, con los procesos contra Garzón -por ejemplo- en el punto de mira del mundo entero, no es descartable que Gallardón haya hecho un flaco favor a los homosexuales casados o por casar. Los catalanes ya pueden recelar de que el ministro de Administraciones Públicas -o como se llame ahora la cartera- salga en defensa de la constitucionalidad del Estatut, también pendiente de un recurso del PP ante el Tribunal competente. Pero ésa es otra historia. Lo más vistoso es el habitual desmentido entre ministros, que deja en veremos la colegialidad del ejecutivo. Que Rajoy es un sincero liberal, ya lo sabíamos. El margen de liberalidad que se conceden sus más directos colaboradores puede viciar ese valor por la via de la incongruencia.

En sus primeras apariciones como tal, el ministro de Justicia tuvo que tragar los sapos involutivos del programa de gobierno al que se debe, con serio descrédito de su aura progresista.

Viniendo a la otra historia, la del matrimonio homosexual, un dictamen de inconstitucionalidad invalidaría las uniones habidas hasta su fecha, sin alterar el principio irretroactivo de la ley resultante. Dura papeleta la de invalidar sentimientos humanos amparados por la legalidad vigente. Y también inútil. "¿Cómo parar la rueda que rueda?", preguntaba el desesperado Wotan, dios de dioses de la epopeya protogermánica, presintiendo el imparable final de su poder reaccionario. Lo que avanza, rara vez retorna. El ángel de Benjamin y Klee mira aterrado hacia atrás sin dejar de seguir adelante, porque solo las guerras de usurpación pueden parar la rueda del progreso. El paradigma es el franquismo, por fin en el banquillo aunque Garzón pueda ser su última víctima.