España se encuentra de nuevo en el centro del huracán financiero. Cien días después de unas elecciones que dieron la mayoría absoluta a un partido que llevaba grabado en sus genes la política del ajuste y las reformas, cien días en los que nos han subido los impuestos, nos han bajado los sueldos, nos han birlado casi todos los derechos laborales, se han dado nuevos pasos para reordenar todo nuestro sistema financiero y se ha tocado el Estado del Bienestar hasta el punto de dejarlo en los huesos, irreconocible y amenazado por el copago (repago) para darnos menos de lo que nos ofrecía antes, volvemos a estar al borde del precipicio, con la prima de riesgo desbocada, las bolsas cayendo sin saber dónde estará el fondo y el paro galopando hacia los seis millones de españoles que han perdido todas sus expectativas de vida, mientras que sus hijos ni siquiera han tenido la posibilidad de hacérselas. ¿Y Europa? Europa nos pide más, Europa nos dice que los mercados no están satisfechos con lo que hemos hecho y que tenemos que hacer más, que todo el sufrimiento que están infligiendo a miles de ciudadanos es todavía poco y que hay que profundizar más en los cambios. ¿Más? Recortamos más los salarios, reducimos más las pensiones, despedimos a más maestros, a más médicos... ¿y? Con todo eso lo que conseguimos es más paro, menos consumo, más pobreza... ¿Qué quieren, colocarnos en la misma situación a la que llevaron a un jubilado griego que esta semana prefirió pegarse un tiro a tener que rebuscar por los cubos de basura porque con la pensión que le habían dejado no le llegaba para vivir con un mínimo de dignidad? Pues si es eso, perdonen pero paren esta Europa porque yo me quiero bajar. No quiero pertenecer a un club en el que mis socios se muestran insensibles pese a que están viendo los esfuerzos que estamos haciendo por contener nuestro déficit y reconducir nuestra economía, después de que nos explotara en plena cara la burbuja inmobiliaria y nuestro sueño de riqueza se desvaneciera para dejarnos una realidad de endeudamientos familiar, municipal, autonómico y estatal. Ya hemos demostrado que vamos a ser buenos y aplicados alumnos, incluso nos hemos comido nuestro orgullo, nos hemos pasado por el arco del triunfo nuestra soberanía nacional y hemos ido cabizbajos a enseñarle a la señora Merkel y sus amigos del club de los ricos mandones nuestras cuentas para que las corrijan si ven algún fallo y les den su bendición para que luego nuestro Parlamento, reducido al nivel de actores de una ópera bufa, simule que todavía tiene algo que decir sobre cómo se van a gastar este año los dineros de los impuestos de todos los españoles. Y todo esto, ¿a cambio de qué? Todo esto lo hacemos sólo para que de vez en cuando el Banco Central Europeo intervenga y nos compre nuestra deuda cuando los especuladores amenazan con matarnos de tanto chuparnos la sangre. Poco o nada es. Y poco o nada nos queda ya que perder si pegamos de una vez por todas un puñetazo en la mesa de Bruselas para decir que no, que por ahí no queremos seguir porque sus recetas nos conducen a Grecia y que para eso mejor, como dice el refrán, más vale solos que mal acompañados.