Media vida esperando la remodelación del aeropuerto y tras cuatro años de obras y 700 millones de euros de inversión nos encontramos con un aeródromo de revista arquitectónica, pero caro e incómodo para las compañías de bajo coste, las que más pasajeros mueven hoy en Europa. Este es el escenario en el que se tendrá que mover el sector turístico de la Costa Blanca, el único que mantiene el tipo en esta crisis de nunca acabar, y también la provincia de Alicante y el resto de los sectores económicos en los próximos meses. Cada día con menos conexiones directas y las que quedan a precios de Dubai. Todo empezó en septiembre del año pasado c0n lo que parecía ser un rebote del ínclito presidente de Ryanair -3.442.744 pasajeros en El Altet -, Michael O´Leary, por su rechazo al uso de las pasarelas telescópicas que conectan la terminal con los aviones, pero se ha desmadrado.

O´Leary, acostumbrado a hacer lo que le da la gana, que para eso mueve lo que mueve, inició así un pulso con Aena que, de momento, que incluso se está dirimiendo en los tribunales. Pero le da igual, el irlandés es el dueño de su flota de aviones y, al final, como en el cuento, se ha transformado en el lobo que ha llegado al aeropuerto y se ha comido a los pasajeros. Ni los propios rectores de Aena supieron calibrar el impacto que podría tener para la provincia y para ellos mismos del conflicto.

Los datos sobre la posible repercusión negativa son abrumadores y no los ha facilitado O´Leary. Por cada millón de pasajeros en la terminal se crean seis mil puestos de trabajo en la provincia. Sin el millón y medio de viajeros de Ryanair, Alicante perderá 9.000 empleos y ya no hay ladrillo al que acudir. Es lo que se paga cuando se opta por los monocultivos... pero esa, ahora mismo, es otra historia. Tiene razón Aena cuando esgrime el tema de la seguridad. Pero también la tiene Ryanair que, como empresa que es, vela por sus intereses.

¿El problema? Está claro que ni Aena, ni el Ministerio de Fomento, tuvieron los reflejos suficientes para cambiar el rumbo de la ejecución del proyecto de ampliación para adaptarlo a los cambios en el modelo aéreo en toda Europa, no sólo en España. Ahora, a los seis meses de estallar el conflicto, los técnicos siguen, y es grave, con las meninges congeladas, pilotando un aeropuerto en caída libre, con dos terminales cerradas y, lo que es peor, con muy pocos argumentos para reclamar fondos al Gobierno para reabrirlas, máxime, después de haber inaugurado, no hace ni un año, una terminal en la que se dejaron 700 millones de euros.

O´Leary tiene sus razones. Algunas huelen, incluso, a chantaje -traslado de su base de Alicante a Palma donde utiliza y paga las pasarelas telescópicas sin rechistar-, pero su desprogramación en El Altet amenaza con relegar a la provincia en el mapa aéreo.

El director de El Altet, Santiago Martínez-Cava, ha intentado corregir la situación y le ha dado todas las facilidades en su mano, pero choca con una realidad. La impecable terminal es cara e incómoda para la operativa de la compañía que mueve el 36% del tráfico. ¿Terminal propia para Ryanair como en Pisa u otros aeropuertos europeos? Técnicos tiene Aena para decidirlo, pero la situación empieza a ser insostenible porque, nos guste o no nos guste, hoy por hoy, no hay alternativa para mitigar los efectos de la fuga de Ryanair. Y si no que se lo digan a un empresario alicantino que el viernes viajó en una hora a Sevilla por cuestiones de negocio y el sábado -sin vuelos Sevilla-Alicante- tardó 12 horas en regresar a Alicante en tren, vía Ciudad Real.