Soy propietario de una pyme y me siento avergonzado de esta reforma laboral que nuestro Gobierno nos ha metida con premura, a caponazos y a las bravas.

No reforman nada, o si acaso lo que no debieran, pues perjudican, zahieren y maltratan a los trabajadores. Y esto, les aseguro, no va a crear empleo; sino discordias, inquinas y, lamentablemente, una más que posible huelga general que a nadie va a beneficiar. No me gustan las huelgas. Aun necesarias, no me gustan. Prefiero la mesura, la explicación y, a poder ser, el consenso; pero esta reforma, metida, como he dicho, a empujones de supermercado atestado en hora punta, margina toda posibilidad de diálogo y, por ende, de confianza. Sólo va a provocar alejamiento y confrontación entre las partes. Al tiempo. Y, como siempre, va a perder el más débil.

¿Quieren reforma, crear trabajo? Dennos, señores del Gobierno, créditos blandos, con muchos años de amortización. Les aseguro que un servidor, empujado por mis hijos, ampliaría mi empresa y quizá crearía, en mi modestia, puestos de trabajo. Multipliquen por otras tantas pymes ustedes, y calculen, a vuela pluma, la cantidad de puestos de trabajo que podrían generarse. Pero a un 7 u 8% de interés, un servidor, éste que les escribe, no arriesga su poco patrimonio para enriquecer al Botín de turno. No, señores. Uno está ya en las agonías de su vida laboral y, salvo demencia senil sobrevenida, no me meto en honduras. Ni harto de vino. Mis hijos, cuando les llegue la hora, que decidan y arriesguen. Tengo 61 años. En abril, 62, y llevo desde los 19 en la empresa que mi padre fundó, allá por 1943. Y aquí seguimos, jugándonos el bigote todos los días, luchando con buitres banqueros, proveedores, clientesÉ y llega un momento en que, sin serlos, todos parecen enemigos, por desgracia; aunque no tan fieros ni tan peligrosos como las garras de este águila que, ya desde sus albores, enseña sin disimulo esta reforma fría e inhumana.

Insisto, y ojalá me equivoque, en que no me seduce por ningún lado esta reforma, fabricada con prisas, con ausencia de entente entre los agentes sociales y favorecedora, descaradamente, de los opulentos. No me va a ayudar en nada, si acaso, a perjudicar. Hasta dónde el perjuicio, es la duda que me queda. No sé a las multinacionalesÉ imagino, como recientemente ha recalcado un dirigente sindical, que les han dado un garrote, no una reforma.

Es una reforma hecha con prisas y que no ofrece cobijo al desprotegido, como si sólo buscase impresionar a nuestros homólogos europeos; sin pensar, para nada, en crear puestos de trabajo, sino más bien en aparentar y sacar algo de pecho hacia los de arriba, en crear imagen, ganar credibilidad, vaya. Que sepan en Europa, en suma, que sabemos hacer las cosas siguiendo al pie de la sinrazón el imperativo de sus acordes. Con dos narices. No como antesÉ que éramos unos timoratos.

En fin, veremos qué pasa.