Haber recorrido la mitad del camino de la vida tiene muchas ventajas. Pasados los cuarenta las mujeres estamos en ese punto en el que hemos ganado la experiencia necesaria para establecer nuestras prioridades mientras mantenemos intacta la ilusión por el futuro. A partir de los cuarenta años, la mayoría hemos encauzado nuestra vida profesional y personal. Nos hemos equivocado y hemos rectificado. Hemos aprendido a perdonarnos a nosotras mismas los errores cometidos y por tanto somos más capaces de comprender las debilidades ajenas.

Pertenezco a una generación de mujeres que supuso un salto cualitativo espectacular en derechos y libertades respecto a las generaciones anteriores. Lo que para nuestras madres fue una época oscura para nosotras fue el renacer de la luz. Poco a poco hemos ido consiguiendo cada vez más puestos de responsabilidad; más libertad para tomar nuestras propias decisiones y más independencia. Sin embargo todavía nos queda mucho camino por recorrer. La brecha salarial en el mismo puesto de trabajo entre hombres y mujeres roza el 15 por ciento. Es decir: por desempeñar un mismo puesto en una empresa un hombre cobra un quince por ciento más que una mujer.

Todavía hay mujeres que para acceder a un puesto de trabajo, además de su capacidad y su currículum, tienen que responder a preguntas como "¿Tienes pareja?" o "¿Piensas tener hijos?". Fue justo lo que preguntaron hace un mes a mi joven amiga Toñi después de haber superado varias pruebas de aptitud para un puesto de trabajo. Por supuesto a sus competidores varones no se las formularon.

Me dicen profesores de varias universidades, con los que he hablado estos días, que las estudiantes son las que obtienen mejores calificaciones ocupando en prácticamente todas las especialidades los primeros puestos de sus promociones. En una sociedad justa, esto querría decir que dentro de diez años, tiempo prudencial para posicionarse en el mercado laboral de forma más o menos estable, serán mujeres las que ocupen los puestos de máxima responsabilidad de las empresas. Permítanme que lo dude. Sigue habiendo una especie de barrera invisible que dificulta el acceso de las mujeres a estos puestos. En Europa ya hay voces que claman por el regreso de la paridad obligatoria como solución a esta disfunción laboral. No me gusta que se obligue a nadie, ni empresas ni administraciones ni partidos políticos, ni organizaciones de ningún tipo a que sitúen el mismo número de mujeres que de hombres en puestos directivos o de toma de decisiones. Creo que esos puestos deben estar en manos de las personas más preparadas y con mejor capacidad para desempeñarlos, independientemente de su sexo. Pero me cuesta creer que con varias generaciones de mujeres sobradamente preparadas esta proporcionalidad no llegue por si misma y esto me lleva a pensar que a lo mejor conviene "forzarla" un poco por la vía de la cuotas.

Hay otro aspecto en el que tenemos que seguir insistiendo. Me lo ha recordado esta misma semana en sendas entrevistas dos mujeres distintas en edad, formación y profesión: la actriz Antonia San Juan y la trabajadora social Cristina Alberola: solo la independencia económica garantiza la libertad de la mujer. Desde una espléndida madurez Antonia San Juan afirma que "la verdadera libertad de la mujer es el trabajo. Es lo que seguirá teniendo cuando haya criado a sus hijos, es lo que le garantiza no tener que depender de nadie. Por eso las mujeres tenemos que afianzarnos en nuestra proyección profesional". La misma idea defiende la trabajadora social de APAEX Cristina Alberola cuando afirma que "la dependencia emocional del varón es una de las causas del alcoholismo femenino. Las mujeres tenemos que mantener nuestra independencia por encima de todo para ser libres en lo emocional y en lo económico, para que nadie nos diga que solo valemos en función de nuestra pareja". Quizá quienes limitan la trayectoria profesional de las mujeres, quienes les preguntan si piensan o no tener hijos cuando acceden a una entrevista de trabajo; quienes pagan un quince por ciento menos a una mujer que a un hombre por mismo nivel de productividad, lo que quieren es que sigamos manteniendo una cierta dependencia emocional. Pero no lo van a conseguir. A nuestras madres y abuelas les costó mucho que nosotras hayamos llegado hasta aquí. Y en el fondo toda la sociedad sabe que solo cuando haya plena igualdad habremos construido una sociedad más justa.

P. D.: A mi madre que me inculcó la independencia y la libertad.