Hay muertes que, por inmerecidas, sumen a uno en la más profunda de las simas del desconsuelo, y una de ellas es, sin duda, la tuya, doctor Jiménez, Máximo.

Te vi por última vez entre las desnudas paredes de la habitación que ocupabas en la planta de Oncología del Hospital General de Alicante, donde, habiendo ingresado a principios del pasado mes de diciembre con un diagnóstico de leucemia, mantenías la esperanza de celebrar las Navidades con los tuyos, "aunque luego tendré que volver para más pruebas o terapias", me aclaraste sin perder la sonrisa. Pero fueron los ojos enrojecidos de tu mujer, luego anegados de lágrimas, los que me dieron a entender que quizás no me habías hecho partícipe del alcance real de tu mal. Al fin y al cabo, esa sonrisa te había precedido en vida y, por qué no, te iba a acompañar en la muerte.

Tantas veces te habíamos visto llegar tu hermano Manolo y yo, amigos íntimos de la infancia, mientras dábamos pelotazos en el recodo que formaba tu casa familiar en Sax, que ya se nos antojaba el retorno al hogar del héroe, ahora calificable de homérico, que había conseguido ir a estudiar fuera. Y lo hiciste con beca porque tus padres eran humildes, y regresabas cada vez porque tú nunca los dejaste en la estacada: volvías a la menor oportunidad para ayudarles en el bar, vuestro bar, el de La Música y posteriormente El Patas, donde siempre diste el callo cuando se te necesitó, por muy médico que ya fueras, pero antes hijo y hermano.

Tu vida, ahora segada en agraz con sólo 54 años -tan sólo tres años nos llevabas cuando el tiempo se nos antojaba eterno y dábamos patadas a un balón-, ya se vio convulsionada por el prematuro fallecimiento del pequeño de tus hermanos, pero yo te recuerdo ahora asistiendo los últimos momentos de mi padre, con ese sosiego que emanabas, desde la Unidad de Hospitalización a Domicilio del Hospital de Elda; y te recuerdo asistiendo a tus postreros días con una sonrisa calma, sin un reproche a la vida, como si ésta no te debiera nada. Somos, sin embargo, los que nos quedamos y tuvimos la suerte de conocerte quienes nos cargamos de críticas y razones contra la muerte, tan repleta, Máximo, de tan máxima injusticia.