La "caracola de Toyo Ito" en Torrevieja no ha sido solo una víctima de la crisis económica aunque intentarán convencernos de ello. Ha sido también víctima de la mala gestión, de la desidia, de la falta de ilusión e imaginación, de no escuchar, de cerrar los ojos, de no cuidar el patrimonio, y de no proponer un nuevo uso acorde con el edificio construido y el bajo presupuesto actual.

Es obvio que no podía seguir siendo aquel ambicioso proyecto del año 2000, un parque de relajación o balneario de lodos con tres edificios, dunas de 10m de altura y planes de hoteles y regeneración turística en los alrededoresÉ pero ¿por qué no podría reciclarse y convertirse en algo más modesto? ¿ nadie se da cuenta que las palabras reciclaje y reutilización no son términos pasajeros de moda sino que son deberes obligados como nuevas políticas de gestión?

La preciosa caracola podría haber sido un sencillo mirador en el que poder albergarse a la sombra durante ocho meses de calor al año y tomar una limonada contemplando la laguna rosaÉ o un observatorio de avesÉ o incluso un restaurante japonésÉ En realidad, podía haber sido algo siempre y cuando hubiera habido ganas de salvarlo. Pero no las ha habido y el silencio administrativo ha acallado las voces populares. De nada han servido las reivindicaciones de partidos de la oposición, artículos publicados en prensa, entrevistas, programas en TV, exposiciones o incluso meneos y opiniones generadas en portales virtuales.

Al final se ha provocado el desenlace previsto de un maravilloso patrimonio que estaba destinado a morir antes de nacer, aunque la gestación fue larga y costosísima para todos.

Por desgracia una vez más se antepone el pensamiento gris a la luz, pues Torrevieja pierde su mayor pieza de arquitectura contemporánea de interés internacional, de un valor incalculable que superaba con creces las gigantescas cifras gastadas en la obra inacabada.

El pabellón helicoidal de madera era un espacio algo etéreo, un poco mágico e hipnótico pues la luz bañaba la madera de forma irregular y las costillas proyectaban sus sombras impredeciblemente consiguiendo que el visitante perdiera algo la dimensión del lugar ya que sus límites se hacían difusos. Cuando estabas dentro soñabas despierto y cuando salías te dabas cuenta de que aquello acabaría en una pesadilla.