J. Edgar Hoover, que fue responsable del FBI durante 30 años, era, como todos lo que sufren delirios de persecución, un perseguidor. En realidad, se perseguía a sí mismo a través de la cacería que ejercía sobre los demás. No siendo capaz de asumir su homosexualidad, acosaba a los homosexuales reprimiendo así en otros lo que no aceptaba en sí mismo. Un tipo complicado, un perverso al que nadie se atrevía a cesar porque se había ido haciendo, tacita a tacita, con un catálogo de las debilidades de sus jefes. Hoover fue un modelo de responsable policial que, con altibajos, se repite a lo largo de la historia hasta nuestros días.

Así, el jefe de la Policía de Valencia ha declarado que su enemigo es el ciudadano. Se parece al vendedor que detesta a los clientes que entran en su establecimiento. Ahí tenemos otro imbécil, se dice cuando suena la campanilla. El lema "el cliente lleva siempre la razón" se inventó contra esta clase de comerciante inverso que odia al que le paga el sueldo. El jefe superior de la Policía de Valencia no soporta a los contribuyentes de cuyos impuestos sale su salario. Se cruza por la calle con un vecino y lo que le sale es detenerlo, y, después de detenerlo, aporrearlo, y, tras aporrearlo, meterlo en una celda 30 horas a pan y agua. Sin abogado, por supuesto.

La mayoría de los padres intentan transmitir a sus hijos adolescentes la idea de que la Policía, pese a su función represora, no es el enemigo. A la vista de las declaraciones del señor citado más arriba y de los vídeos que circulan por la Red, ya pueden dedicarse a otra cosa. La Policía es el enemigo, la reforma laboral es el enemigo, la banca es el enemigo, la judicatura es el enemigo, el Gobierno es el enemigo, el euro es el enemigo, el ministro de Cultura (a juzgar por la cara de cabreo que tenía en los Goya) es el enemigo, Sarkozy es el enemigo, Merkel es el enemigo, la patronal es el enemigo... Huiríamos a Laponia, pero allí es donde pretende mandarnos el jefe, que también es el enemigo. Mal asunto, amigos (lo de amigos es un decir, que los amigos son también el enemigo). Estamos construyendo una sociedad de enemigos, es decir, una sociedad paranoica. El problema, como diría Freud, es que al final el paranoico lleva razón: le persiguen.