Vamos a suponer que alguien cree que las naciones no existen, que lo que existe son los nacionalistas y, ciertamente, existen las instituciones que congregan a éstos, sean partidos o Estados. Quiera que no, tendrá que ver, no sin asombro, cómo, en algunos casos (no en todos), algunos nacionalistas afirman la existencia de su nación mientras niegan la de la nación de los que niegan la propia.

Y vamos a suponer que alguien cree que los dioses no existen, que lo que existe son sus creyentes y, ciertamente, existen las instituciones que congregan a éstos sean parroquias, iglesias, sinagogas o sanghas budistas. Quiera que no, tendrá que ver, no sin asombro, cómo cada creyente afirma la existencia de Dios mientras niega la del dios falso en el que otros depositan su fe.

Claro que hay diferencias entre un caso y otro, pero la semejanza que quiero subrayar ahora es ésta: ese "alguien" perderá su tiempo miserablemente discutiendo con un creyente o un nacionalista partiendo del supuesto de que no hay naciones o no hay dioses. Será un diálogo de sordos ya que lo que un nacionalista puede discutir es si su nación es la verdadera o no, no que no haya naciones. Pero lo será incluso si, como contestarían tanto Confucio como Buda, reconoce que ése no es el problema. Que los creyentes discutan entre sí, incluso sobre variaciones mínimas dentro de la propia religión, o que los nacionalistas lo hagan, es normal. Forma parte de la actividad misionera o de la lucha política que, por lo general, reafirma en la fe a cada cual, en particular al nacionalista que necesita un enemigo exterior o una fuente externa de todos sus males.

Lo que es particularmente inútil es la discusión con el agnóstico. Me ha pasado.

En el primer caso, un grupo de amigos, miembros de la Fe Bahá'i, hace tiempo y lejos de aquí, intentaron convencerme de la existencia de Dios. Usaban argumentos parecidos a los de las "vías" de Santo Tomás, cuyas fortalezas y debilidades creo conocer. Nada. Inútil por ambas partes. Puestos a discutir, hubiera preferido el argumento "ontológico" de San Anselmo o el muy pragmático argumento "a pari" de Blas Pascal basado en la esperanza matemática. Yo no pretendía convencerles de nada, pero ellos sí. Y, como digo, inútilmente.

Ahora me he visto enzarzado en un "intercambio de pareceres" con un nacionalista catalán convencido de la realidad de su nación y de la irrealidad de la nación española. Para esto último sus argumentos eran particularmente débiles tanto como los de los que niegan a Cataluña el carácter de nación. Pero es que es cuestión de fe ("creer en lo que no se ve") y por más que yo adujese los argumentos ya clásicos sobre la nación como "comunidad imaginada" (con más o menos fundamento histórico o antropológico, pero inventada), mi escepticismo chocaba con el "firme muro de su religión". Perdimos el tiempo, evidentemente. Porque su mayor argumento consistía en negar la existencia de la nación española mientras que el mío consistía en mostrar la debilidad de los argumentos tanto españolistas como catalanistas sin por eso negar la evidencia de Estados y movimientos políticos.

Pero es que la cosa no es, volviendo a Confucio o a Buda, saber si eso existe o no, sino cómo organizar a los creyentes para que diriman sus diferencias de forma razonable (hablando, dialogando e incluso negociando, sí). Demasiadas muertes de mártires que han dado su vida por su Dios o su Nación y demasiadas muertes perpetradas por creyentes en uno u otra y, todavía peor, si eran creyentes de ambas al mismo tiempo con un "Gott mit uns", dios con nosotros, como decían los alemanes o los enzarzados en "cruzadas" como dijeron que era la última Guerra Civil Española (española, eso parece).

En este sentido, hace unas semanas (otra cosa son los decires y desdecires del ministro del ramo la semana pasada), fue una buena noticia que destacados miembros del Partido Popular vasco reconociesen la existencia de un conflicto de identidades dentro del País Vasco, eso sí, separándolo del caso ETA: hay vascos que creen que son una nación y, por tanto, necesitan de un Estado para reafirmarla o defenderla y hay vascos que creen que, por muy diferentes que sean de otros españoles, forman parte de la nación española o del Estado nacional español. Discutir cuál de las dos naciones en la verdadera es inútil y recurrir a la violencia, legal o ilegal, para dirimir la cuestión todavía más deplorable.