Por si los efectos de la crisis económica sobre la salud de los españoles no fueran suficientemente devastadores, el propio sistema sanitario público se miserabiliza, se recorta, anuncia su quiebra y, aprovechando la coyuntura, acelera su privatización. Por si los efectos de las revolución de los especuladores, los avaros y los prestamistas sobre las personas trabajadoras y decentes (depresión, ansiedad, insomnio, malnutrición, incremento de los suicidios...) no alcanzaran a derribarles, particularmente a aquellos que carecen de trabajo y de unos ingresos mínimos, la Sanidad Pública se desmantela, cual acaban de denunciar los colegios médicos de toda España.

Los médicos, que sobre el apego a su alta, sensible y transcendente misión también lo tienen al propio pellejo, temen, como es natural, cargar con la responsabilidad de que los pacientes se agraven o mueran a consecuencia de los recortes, que no lo son, desde luego, racionalizadores de la gestión sanitaria, sino puramente contables, para ahorrar allí, en el trémulo organismo de los enfermos, donde en ningún caso debería ahorrarse. El que caiga, que se aguante, que ya somos muchos, al parecer, los que andamos sobrando.

Sin embargo, esa poda ciega en el sistema sanitario público so capa de ahorrar, no sólo es antisocial, salvaje e inhumana, sino también falaz: detrás está el proyecto privatizador, que avanza imparable. Pero, ¿qué interés pueden tener las grandes compañías privadas que andan acechando si, como se dice, el estado de la Sanidad Pública es ruinoso? Muy sencillo: porque saben que ahí hay negocio, un negocio brutal, del que pueden apoderarse, coaligadas, casi en régimen de monopolio. O dicho de otra manera: el mismo sistema (el capitalismo) que enferma a la gente, se aprestaría, tras la descomunal exacción en su beneficio de la que fue la joya de las prestaciones públicas, a curarla un poco.