Por las mañanas desayuno un licuado de fruta, que es la mejor vacuna contra la licuefacción del mundo, contra esa invasión de noticias que se encabalgan las unas a las otras, de manera que el evento truculento de la mañana ya ha sido superado al mediodía por otro mucho más apabullante. No leo diarios digitales, son tan raudos en titular la última hora que su velocidad me marea, y no creo que haya ningún acontecimiento que merezca tanta prisa para ser contado. La Creación del mundo sucedió hace millones de años y tuvo que esperar otros tantos para llegar a ser narrada en la Biblia. Si Dios se tomó tanto tiempo para vender su divina exclusiva, no veo por qué tenemos que sufrir el estrés de enterarnos de todo cuánto acontece al instante, sin pausa ni respiro.

Combatir la superabundancia de actualidad cerrando de vez en cuando las compuertas, y someter su flujo al sosegado discurrir de la prensa escrita, es una medida que contribuye a ralentizar el tiempo, tan escurridizo para las personas mayores. La actualidad es un calendario más implacable y voraz que el calendario mismo, y conviene pararle los pies, o enterarnos de menos asuntos para mantener en la memoria los realmente importantes, si acaso hubiera alguno. Volver al papel escrito es fundamental para no sucumbir frente a la inmediatez devoradora de las nuevas tecnologías y las falacias de la globalización. También es verdad que muchos seguimos militando en la prensa escrita para estar bien presentes en la hora de sus solemnes exequias, que deben de estar al caer, agradecidos y emocionados por lo mucho que le debemos.

Leyendo el relato de las tragedias de cada dia, en la hora del licuado, salgo después a la calle y me sorprende que todo siga ahí, el conserje del edificio, tan efectivo, y el parque del Retiro a un lado. Y menos mal que no oigo tertulias radiofónicas. Acabaría alucinando que al abrir la puerta de mi casa nada existiría ya, sólo una voraz nebulosa, que el mundo habría desaparecido y que ni siquiera los banqueros, que tienen siete u ocho vidas, habrían logrado salvarse. Pero lo cierto es que todo sigue ahí, que los parados no se manifiestan y los de larga duración no asaltan aún los supermercados, que las acciones se disuelven en palabras, que la vida sigue y las rebajas continúan, en este cálido invierno, tercer año triunfal de la crisis.

Hacerse mayor resulta muy llevadero practicando al tiempo una alegre irresponsabilidad. Como ya no nos pueden mandar al paro, nos vamos instalando para contemplar la licuefacción del mundo, en esta nueva caída de los dioses, en butaca de platea, a ser posible, y los miopes como yo en las primeras filas. Con un buen licuado de fruta todas las mañanas, y si tienes la suerte de que te lo sirvan porque la máquina de Ikea es muy engorrosa de limpiar pues mejor. Cuando todo estalle ya me lo contarán tranquilamente, al día siguiente, los periódicos de papel. En caso de fin del mundo, me niego a pillar el sofoco de enterarme a toda prisa por Internet.