A lo largo de las últimas semanas se han ido sucediendo una gran cantidad de noticias sobre las consecuencias de la política de recortes que se está realizando tanto desde el Estado como especialmente por parte de la Generalitat Valenciana. Es de sobra conocida la situación precaria en la que se encuentran gran cantidad de institutos y colegios de la Comunidad Valenciana. Son numerosos los centros que ya no pueden encender la calefacción, o no pueden dar el servicio de comedor, o siquiera hacer fotocopias. Parece que la Universidad está viviendo al margen de todos estos acontecimientos, sin embargo esto no es cierto, puesto que, desde hace años, las universidades valencianas están sufriendo un sistemático incumplimiento del plan de financiación y en la actualidad ni tan solo se cumple con los pagos de las mensualidades. Todo ello redunda, indefectiblemente, en el impago a proveedores, en el recorte de los presupuestos de los centros, departamentos e institutos y la inviabilidad de proyectos de investigación ya aprobados. El resultado es claro: tanto la investigación como la docencia ya están pagando las consecuencias.

Pero tan preocupante es la situación económica de la universidad como el desprestigio y crítica que está sufriendo como institución. A pesar de haber sido siempre un referente de la sociedad en materia de educación, conocimiento y progreso, la crisis nos ha demostrado que ya no somos referentes de nada: ni social ni políticamente. Nuestros gobernantes han reducido sin miramientos no solo nuestro poder adquisitivo, sino nuestro papel en la sociedad.

¿Y cómo está reaccionando la universidad? La respuesta no deja de ser triste y preocupante. No está existiendo el debate ni la autocrítica públicas en los órganos y foros naturales de discusión de la universidad: el consejo social, el consejo de gobierno, el claustro y gran parte de los consejos de departamentos y las juntas de facultad. Las pocas voces críticas que se han alzado exigiendo una mayor defensa de nuestra institución, han sido acalladas o ninguneadas. Resulta del todo incomprensible que nuestros representantes institucionales no se planten ante el ataque tan grave que está sufriendo la universidad, pero peor es que ni siquiera nosotros mismos seamos capaces de asumir nuestra responsabilidad en todo lo que está aconteciendo.

Ante esta situación, podemos tomar dos actitudes: adoptar una posición pasiva a la espera de que los acontecimientos sigan su curso, o empezar a movilizarnos y defender la enseñanza pública y, por ende, nuestra universidad. Sin lugar a dudas, estamos ante uno de los momentos más críticos a los que nos podemos enfrentar como trabajadores y profesionales de la enseñanza y la investigación, y de nosotros depende que la universidad cumpla con su finalidad principal, que no es más que dar un servicio a la sociedad. ¿O es que alguien se piensa que se puede salir de esta crisis sin la participación activa y determinante de la universidad? Empecemos de una vez por todas a luchar por la dignidad y valía de nuestra universidad. Protestemos, opinemos, critiquemos en los foros y órganos que la universidad pone a nuestra disposición y traslademos nuestro sentir y conocimiento a la sociedad. Exijamos mucho más a nuestros representantes académicos; su opinión tiene que ser nuestra opinión. Participemos más en las movilizaciones que se convocan, seamos mucho más solidarios con nuestros compañeros del resto de niveles educativos. En definitiva: acabemos con la apatía y el conformismo, que es el peor enemigo de una sociedad intelectualmente avanzada y comprometida con los valores democráticos.

Tenemos los medios y estamos capacitados, no defraudemos a quienes confían en nosotros, no nos defraudemos a nosotros mismos. De lo contrario, nuestra universidad puede entrar en un declive y desprestigio de los cuales costará mucho recuperarse.