Igual le han comentado las declaraciones del magistrado del Supremo José Ramón Soriano, pero no las leyó. No se preocupe, ahí tiene una batería: "Si hay que meter a Urdangarin en la cárcel, se le mete"; "Habría que citar a declarar a la infanta Cristina, no es tonta y claro que algo sabe"; "Si se legislara contra los malos gestores, el castigo a los de la Comunidad Valenciana sería de cárcel"; "Lo de la Cam ha sido una barbaridad y el delito societario está para castigar esas actuaciones"; "Es muy probable que un tribunal técnico hubiera condenado a Camps". Desde que resonó el eco de unas consideraciones tan inhabituales procediendo de donde proceden, se dispararon la especulaciones. Que si lo que ha buscado es que lo recusen por lo que pudiera venírsele encima en dos causas molestas; que si el Consejo del Poder Judicial quiere poner firme a él y al mensajero; que si la Casa Real está que trina... Soriano, que fue quien le dio el relevo a Magro al frente de la Audiencia de Alicante, es un hombre conservador y de siempre sensato, miembro de un organismo que, aunque a veces lo parezca, no es el de Loterías. Los aspectos reseñados de su perfil coinciden en buena medida con los de una figura relevante de la comunidad universitaria: Gil Olcina. Y el primer rector de la Universidad de Alicante, cuando ésta se vio sometida al cerco que le impuso Zaplana, se convirtió en todo un bastión con el que contó Pedreño para intentar aguantar el embate. Ciprià Ciscar ya supo en su día cómo se las gasta don Antonio por mucho que en ese caso pertenecieran a mundos diferentes. Es una cuestión de preservar la dignidad. El puesto que ocupa Soriano le otorga ciertamente la seguridad de la que muchos otros carecen. Pero ni por asomo todos los que gozan de ella se mojan del modo que él acaba de hacerlo. ¿Una temeridad ocupando el desempeño que ocupa? O que, como no sólo de pan vive el hombre, él que puede ha explotado para testificar lo evidente. Que también está hasta los mismísimos.