La protección de las playas de Benidorm avanza inexorablemente. El concejal delegado de su cuidado impone su plan consistente en no limpiar de algas las tan turísticas playas (bien es cierto que, por el momento, sólo durante los meses de invierno) para conseguir con esta medida mantener el volumen y la calidad de las arenas, asegurando, al decir de los técnicos del departamento municipal que dirige, que gracias a ello dentro de 500 años estas playas seguirán gozando de una extraordinaria salud. Es un proyecto por el que vale la pena luchar, aunque no tengo tan claro que haya que hacerlo a toda costa recurriendo hasta aquello de "morir en el empeño". La verdad, no tengo más que una vida y no estoy dispuesto a darla a cambio de la promesa de otra supuestamente mejor. Por eso, y por los riesgos que se me antojan que pueden correr los atractivos de estas playas que pueden desencadenar consecuencias irreparables para la comercialización turística de Benidorm, me parecía prudente poner en cuarentena el plan -ya en ejecución- de Pepe Marcet.

Digo que me "parecía" -así en pasado- por tres motivos fundamentales: uno porque ya está en marcha; otro porque parece que nadie más coincida con mis miedos; y finalmente por la argumentación contundente expresada por Marcet en la reunión informativa que ofreció el pasado martes día 31 de enero. Dijo Pepe que "este es un tema incuestionable e inopinable, es -dijo- como poner en duda que la capital de España sea Madrid o que el valor de "pi" sea 3'1416". Y con estos argumentos, a ver quién es el guapo que se atreve a hacer públicas sus "tontas y caprichosas" dudas. Así que como yo también aspiro a ser normal, como todo el mundo, a partir de ahora lo que me parecía ya no me parece. Por lo menos hasta que no salga otro que opine tal como yo opinaba. Hala, a engrosar la mayoría silenciosa.

En la citada reunión se expusieron razones de peso para condenar la actuación que había propiciado el deterioro de las otrora hermosas playas. Entre las perniciosas prácticas, los técnicos municipales destacaron la retirada persistente de las algas, la eliminación de las dunas, la limpieza excesiva de las arenas realizada con medios mecánicos y situaron el inicio de todo este desafortunado proceso con la aprobación del PGOU de 1.956 de Pedro Zaragoza que permitió construir este Benidorm. Nadie rechistó. Quedó aceptado por silenciosa aclamación. A no ser que los del posible voto en contra no asistieran.

Y es aquí donde quizás radique el gran problema: la indolencia, el dejar hacer. No quiero presuponer que todos los que no asistieron fueran a discrepar, pero sí que fueron notables las faltas significativas de la ciudadanía local. ¿Dónde estaban Hosbec, Avibe, Jeturbe, Aico, Ociobal, Aptur, el Consejo Vecinal, los partidos políticos diferentes al del concejal, la Fundación Turismo de Benidorm, las Amas de Casa, las asociaciones culturales, los sindicatos, etcétera? La pregunta resultaría más contestable si la formuláramos de la siguiente manera: ¿Quién estaba, pues?

Esto de pasar y no estar pendientes de los temas tiene sus riesgos porque el convocante puede dar por bueno aquello de que "el que calla otorga". Pero las ausencias o los silencios son estruendosos cuando se trata de instituciones que no sólo deberían estar informadas de asuntos como este sino que deben estar implicadas y comprometidas en su ejecución. Pongamos el caso de la Fundación de Turismo que es el órgano del que va a depender la difusión de las cualidades y la nueva imagen de las playas con sus beneficiosas algas sobre las que van a tener el privilegio de discurrir con los pies descalzos los nuevos turistas (porque esta responsabilidad no se pensará trasladar ahora al departamento de medio ambiente, digo yo); pues eso, ¿dónde estaba, cuál es el criterio de la citada Fundación de Turismo?

Llegados a este punto y ante lo rocambolesco de la situación, quizás deba confesar una circunstancia personal que explicaría mis extraños razonamientos. Tantos años trabajando para convertir en producto turístico cualquier buen recurso se ve que me llevan a contemplar las playas de Benidorm como un gran activo de su oferta turística, cuando lo que debería considerar es que son un recurso ecológico. Si me hubiera dedicado al medio ambiente como los técnicos del concejal o los que les asesoran desde l'Institut d'Ecologia Litoral ubicado en El Campello seguro que consideraría, como hacen ellos, que supeditar la playas al uso exhaustivo del turismo es un desastre. Hago propósito de la enmienda y acepto la penitencia que se me imponga. Además, si todos los implicados consienten no voy a ser yo más papista que el Papa. No les voy a cansar más con este tema.

No obstante, tengo que confesarme de una cierta incapacidad: me está costando, que después de tanto parabién para con el PGOU de 1.956, de tanto reconocimiento a don Pedro Zaragoza, Alma Mater del mismo y ahora que los exquisitos urbanistas habían empezado a reconocer sus valores tras habernos negado el pan y la sal, ahora que se pone como ejemplo de sostenibilidad a Benidorm; me está costando, repito, llegar a renegar de tanto, aunque desde el propio Ayuntamiento sea declarado este Plan como el inicio del deterioro y la decadencia de sus playas. Lo siento, es pedirme demasiado.