Dicen que este frío viene directamente de Siberia, una región extensa e inhóspita que arrastra la historia negra de exilio. Nos dicen que es siberiano y nos hiela más que si fuera polar; polar suena más a oso polar de peluche, a forro polar de colorines. Siberiano es algo serio, de helar el corazón y las manos, manos ateridas de castañera enfundadas indefectiblemente en mitones de color gris. Cuando llegan estos días los voluntarios sociales recorren concienzudamente las calles buscando a los que no tienen donde esconderse. Reparten mantas, café y palabras de aliento. El sentirse solo quizá sea lo que más frío da, mucho más que dormir al raso. Les invitan a acompañarles a los albergues; algunos van, otros reivindican su libertad de quedarse en la calle. Se habilitan camas en polideportivos, un recurso momentáneo para aliviar las inclemencias de la noche. ¿Por qué no existen más plazas permanentes? En una ocasión una responsable de servicios sociales me comentó que no se cubrían siempre, que a veces estaban vacías. Como los salones de Plenos, las instalaciones deportivas, las piscinas que solamente abren en verano. No puede ser, es muy caro. Como un concejal que necesita un asesor, como dos asesores para un concejal, como una caja de ahorros en quiebra. Es caro mantener un lugar donde una persona pueda ir a vivir al caer en la indigencia, y lo es más un lugar donde se les ayude a no caer definitivamente en ella. El frío sale caro, dispara la factura eléctrica, fomenta el recogimiento, la soledad y los remordimientos. Imagino a algún mandatario fantaseando con convertir el clima para hacer un verano perpetuo, como un villano de cómic, donde los indigentes canten en las esquinas de un paseo marítimo levantino con sus palmeras tipo Florida. Ya lo estoy viendo: pobres como mucho de top manta, cantando o tocando el acordeón, pidiendo en la puerta de las pizzerías...

Este frío venido de la madre Rusia deja al descubierto nuestras vergüenzas; llevamos en la frente la marca del que se siente culpable, miramos de soslayo al pobre que se refugia en un portal, porque sentimos que es el fantasma de nuestras navidades próximas. Mientras tanto él nos ignora. Está al fin y al cabo en su casa, y en su casa, manda él.