La sociedad alicantina tiene una imagen de la Universidad de Alicante que es el resultado de muchos años, más de treinta, de trabajo y dedicación por parte de todos sus miembros: su profesorado, su personal de administración y servicios y el alumnado que en ella ha sido formado en su recorrido vital. Esa imagen, que yo también la tuve años ha, la define como punto neurálgico del saber, de la ciencia, de la democracia, de la tolerancia, del diálogo. Todos, y más que nadie posiblemente los equipos de gobierno de la misma, se han esforzado en ser un referente científico y cultural más allá de nuestro ámbito geográfico. Todos, sobre todo sus equipos de gobierno, han proyectado y extendido los valores universitarios hacia la sociedad en la que estamos inmersos. Y todos, liderados por los distintos equipos de gobierno, han hecho bandera de democracia y tolerancia frente a los diversos ataques que ha sufrido la Universidad por parte de algunos poderes públicos, y no me estoy refiriendo exclusivamente a estos últimos años de crisis precisamente.

En esos treinta años de Universidad de Alicante hemos pasado por una dura fase de nacimiento, en los primeros años de democracia. Nos hicimos mayores cuando tuvimos que defender la autonomía universitaria de las injerencias del zaplanismo gobernante en los años noventa al querer controlar las universidades. Maduramos tras esos ataques y encontramos un punto de entendimiento que permitiera liberar a la universidad del ahogo al que nos condenaron. Siempre la palabra como única arma. Siempre buscando el entendimiento, el mínimo común que permitiera encontrar bases para crear. He pasado épocas muy orgulloso de pertenecer a la comunidad universitaria; pueden dar fe de ello las personas de mi entorno. Las cosas se construían hablando, escuchando. La democracia interna de la universidad permitía que todos tuviéramos voz y voto, con mayor o menor valor en la toma de decisiones, pero siempre participando y siendo escuchados. Así nos hemos hecho mayores muchos con ella. Yo puedo decir, sin miedo a equivocarme, que he madurado con y gracias a la universidad, siempre pensando que ella me daba más de lo que podía darle yo a ella.

Desde hace un tiempo han ido cambiando los vientos y la universidad, en lugar de mantenerse en una madurez adolescente ha girado hacia una ancianidad reaccionaria. Me explico. La universidad que yo quiero debe saber qué es, qué quiere ser y cómo serlo, todo mirado con los ojos de un adolescente, inconformista con lo que le rodea, con energía para producir cambios en el entorno, para no dejarse pisotear por nadie. Así veía yo hace unos años a la universidad. Pero no, quienes ahora dirigen la Universidad de Alicante, con el rector a la cabeza, tienen otra idea de universidad y ése va a ser su legado: una universidad anciana, de vuelta de todo, sin ganas de defenderse de quienes la atacan, sumisa al que le da de comer, frustrada. Y esa frustración la descarga contra sus miembros más débiles, con los trabajadores. Pero no contra todos. La universidad, poco a poco, ha ido derivando hacia un sistema de castas, quizás volviendo la vista hacia su origen medieval y eclesiástico. Por encima de todos está la casta de los poderosos, de los que están en el poder o llamados a él, la inmensa mayoría funcionarios docentes (no todos ellos, por supuesto). Esa casta no cree en la democracia interna, simplemente la utiliza para conseguir sus objetivos. Son quienes dirigen la universidad, quienes la representan, los que toman las decisiones, quienes forman la imagen de la institución.

Por debajo de los poderosos hay otra casta, que siguiendo en el medievo podemos definir como los siervos, formada por la mayor parte del profesorado, el personal de administración y servicios y el personal de las empresas que trabajan para ella. Y no hablemos ya del alumnado, que para la casta poderosa no es más que la excusa que mantiene en pie su tinglado de poder.

Existen diferencias entre ambas castas, y el equipo de gobierno que actualmente nos "dirige" se ha esforzado en dejarlas claras. Una de ellas es muy conocida en la "casa" y la voy a tomar sólo como muestra: el brazo del Sheriff de Nottingham no descarga igual para un lado que para otro. Cuando alguien de la casta de siervos es sospechoso de algo, pasa automáticamente al rango de culpable, llegando a extremos desconocidos en este último año: un recurso de alzada se puede constituir en prueba de cinco faltas graves cuando el recurrente intenta defenderse de la actuación arbitraria e ilegal de la administración al nombrar a los miembros del tribunal que juzga el proceso. En cambio la administración, prescindiendo de la ley y de la más mínima decencia, nombra como miembros de los tribunales a los jefes directos de algunos aspirantes, dejando todo el proceso bajo sospecha. O imputa un delito y conmina a una empresa externa a despedir a dos trabajadores sin importarles la existencia o no de pruebas. Insisto en el término prueba, distinto de indicio. Y sin escucharles. Y digo sin importarles y no me equivoco: ningún responsable de la universidad, ninguno, ha querido entrar a ver o valorar qué pruebas existen, si son concluyentes o no demuestran nada. A ninguno le ha interesado escuchar a los trabajadores despedidos y, estoy seguro, ningún responsable de la universidad se ha planteado qué va a pasar con esas dos familias, cómo van a salir adelante. ¿Se plantearán alguna vez el drama familiar y psicológico que crea su indiferencia en esos trabajadores y su entorno? Cierto es que pertenecen a esa casta de siervos, pero aún así, ¿Dormirán tranquilos? ¿El hecho de que dos trabajadores se vayan a la calle ahora, acusados de un delito por la universidad, no es suficiente para que nuestros poderosos se interesen por la vida de los siervos?

Así es. Duermen tranquilos.

Y dormida, anestesiada, cobarde, poco imaginativa y dócil al poder han dejado a la universidad. Ellos, que deberían liderarla. Y ahí siguen. Y no se van.

Hay muchas ideas de universidad, tantas como personas la piensen. Cierto. Pero de todas las posibles, unas mejores y otras peores, ésta, la que estoy viendo y viviendo, no es la mía. Nunca pensé que llegaría a avergonzarme de mi universidad. Pero ya no es mi niña bonita, me la han cambiado. Sólo aspiro a que, por lo que más quieran, nos dejen recuperarla.