Durante los largos meses en los que se ha especulado con la posible responsabilidad del expresidente Francisco Camps en el llamado caso de los trajes, he querido personalmente no pronunciarme sobre el caso, pues ni tengo conocimientos jurídicos para opinar, ni quería exponer una u otra razón que pareciera intentaba influir en los miembros del jurado con unos criterios publicados. Pero sí quiero ahora exponer por escrito unas razones que verbalmente he expuesto en muchas conversaciones con un criterio que -a título particular y en primera persona- he comentado a lo largo de este tiempo.

Conozco a Francisco Camps hace unos cuatro lustros, desde que accedió por primera vez al Ayuntamiento de Valencia. Por mi actividad profesional periodística, tuve frecuentes contactos y los he mantenido posteriormente, en su diverso devenir en actividades públicas. Y he tenido siempre la convicción de que Camps es honesto y que no sería capaz de una travesura de ese tiempo.

Pero pensé que cualquier ser humano podemos tener en un momento una tentación. No quiera Dios que nos lo pongan al alcance de la mano. Y, si hubiera tenido esa tentación -que lo dudo-, lo que sí aseguro es que no es tonto. ¿Quién piensa que todo lo que se maneja en la administración pública -¡cientos y cientos de millones de euros!- es capaz Camps de hacerlo de forma incorrecta a cambio de dos o tres trajes? ¡Vamos! Repito que no es tonto. Se hubiera "mojado" en mucho más, lo que sigo creyendo que no es capaz de hacer.

Repito que no he querido hacer públicos estos criterios cuando se estaba poniendo en tela de juicio su honestidad.

Y ahora veo que los miembros del jurado y los componentes del tribunal popular que han deliberado han confirmado el criterio que teníamos quienes le conocemos de tiempo. A su compañero de banquillo, a Ricardo Costa, no tengo el gusto de conocerle. Pero celebro que se haya demostrado que es igualmente honesto. ¡Felicidades a ambos! ¡Y felicidades a la sociedad valenciana, porque ha descansado ya de un tormento de meses y semanas!